Un mundo de apariencias y fingimientos fatales (reseña)

Carson McCullers tenía apenas 24 años cuando publicó Reflejos en un ojo dorado. Era su segunda novela. Dos novelas y no había alcanzado todavía los 25 años. ¿Por qué hago mención de ese dato? Pues, sencillamente, porque resulta fascinante su capacidad de explorar y plasmar el comportamiento humano. Resulta fascinante, insisto, el hecho de ser tan joven y verter sobre el papel el proceder adulto, siempre complejo, en multitud de ocasiones absurdo, vengativo también, celoso...

Con 24 años Carson McCullers ya había escrito dos obras que, como se ha podido constatar, perduran en el tiempo y que muchos consideran obras cumbre de la literatura norteamericana. En la primera, El cazador es un corazón solitario, describe una serie de relaciones  que se desarrollan en una atmósfera claustrofóbica que envuelve a todos los personajes bizarros que transitan por la novela. En su segunda novela, mantiene esa atmósfera turbia y le añade un contenido sexual no explícito pero lacerante, lo cual provoca una tensión asfixiante que poco a poco contagia al lector, y lo hace con una maestría que me parece inconcebible para alguien que, como diríamos ahora, apenas ha comenzado a vivir su vida.

El hecho de que comentemos esta segunda obra de McCullers tiene mucho que ver con las exquisitas reediciones que Seix Barral publicaron el pasado año con motivo del centenario de su nacimiento, una conmemoración que, curiosamente, coincidía también con el 50 aniversario de su fallecimiento. Reediciones, todas, que contaron con algunos extras en forma de prólogos o epílogos de autores que, como un servidor, cayeron rendidos ante el poder de esta autora que explora el aislamiento espiritual de los inadaptados y marginados  como pocos autores.

En este caso en concreto, el prólogo lo firma Cristina Morales, y un texto rescatado del gran dramaturgo Tennessee Williams sirve de epílogo, lo cual enriquece la lectura, si bien, recomiendo que se lean ambos tras finalizar el poderoso texto de McCullers, en el que poco a poco vamos observando cómo hilvana una trama protagonizada por una serie de relaciones tóxicas, relaciones basadas en el silencio y la mentira, en las apariencias. La norteamericana habla de la ausencia de libertad y de confianza, narra con vehemencia la pulsión sexual homosexual de uno de sus personajes —ese capitán del ejército que sufre y se odia a sí mismo—, trata el adulterio como un juego que puede ser fatal y se muestra indulgente con los más débiles. Es imposible no sentir compasión por todos y cada uno de los protagonistas que parecen vivir unas vidas que no quieren vivir, unas vidas en las que, constantemente, han de fingir, lo cual resulta agotador y puede conducir al sufrimiento, a la fatalidad.

Su prosa es poderosa, lo es en cuanto a descripciones psicológicas, y eso me sorprende extraordinariamente. A Carson McCullers hay que leerla.

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