La vida en el anonimato del gran Napoleón (reseña)

¿Qué hubiera pasado si Napoleón Bonaparte no hubiera muerto confinado en la isla de Santa Elena a la edad de cincuenta y un años? ¿Habría recuperado el poder de Francia? ¿Hubiera vuelto a enfrentarse en la batalla para expandir su imperio? Estas son preguntas que únicamente pueden llevarnos a suposiciones que rozarían la ficción más estrafalaria, ¿no creen? Puede que sí, pero también es probable que no. Como dicen los italianos: chi lo sa?

Simon Leys, admirado autor y pensador, prestigioso sinólogo y crítico literario, se atrevió a imaginarse si le Petit Caporal —como solían llamarle sus soldados— pudo haberse escapado de su internamiento en ese islote ubicado a más de 1.800 kilómetros de distancia de la costa occidental de Angola. Leys inicia así una historia en la que «humaniza» al emperador de los franceses, amado por unos, odiado por tantos otros.

La muerte de Napoleón, que Acantilado recupera en la versión revisada por el propio Leys, se inicia con la misteriosa, por no decir ingeniosa, huida de Napoleón de la prisión —en la que permanecerá un doble—, y su posterior regreso a Francia. Para ello, logra embarcarse en un navío que se dirige a su tierra prometida y se hace pasar por un don nadie. Pasar desapercibido es vital para evitar levantar sospechas, por más que la tripulación, para mofarse del pequeño «marinero», termina apodándolo Napoleón por su parecido.

El ansiado regreso del estratega y conquistador no será el esperado, y para su desgracia se verá inmerso en más de un contratiempo, con apenas dinero con el que subsistir y con el temor de ser, finalmente, descubierto y devuelto a su celda. Poco a poco, Napoleón va acostumbrándose a su anonimato, de modo que puede analizar desde otra perspectiva su propio mito. Visitará Waterloo como un turista, se hospedará en albergues en los que se dice durmió el gran emperador, hablará con tullidos farsantes que confiesan a los cuatro vientos haber luchado junto a él. Como no podía ser de otro modo, «su majestad imperial» cae en un profundo pesar entremezclado con cierta ira e impotencia, pues no puede recuperar su identidad, no, al menos, por el momento, hasta llegar a París.
Tras algún titubeo, Napoleón alcanza su objetivo, vuelve a la capital francesa, a su gran ciudad y busca asilo en la casa de antiguos y leales soldados sin desvelar quién es él realmente. Sus aspiraciones iniciales darán paso, poco a poco, a una rutina que consiste en la mera supervivencia, ideando el modo de revitalizar un negocio de venta de melones procedentes de la Provenza y, por último, asistiendo a su propia muerte por partida doble, la de su «copia» y la suya, que llega sin honores, en el anonimato, como un ciudadano cualquiera.

Simon Leys ofrece un relato extraordinario en el que se reflexiona sobre la identidad y el poder, sobre la importancia y legitimidad de esos roles de mando, sobre la futilidad de toda vida. Leys, como siempre, conmueve.

Comentarios

Entradas populares