La necesidad de comulgar de nuevo con la naturaleza (reseña)

Vivimos inmersos en una vorágine de comunicación masiva, consumismo exacerbado, individualismo mal entendido y pérdida de valores morales. Ello produce que (mal)vivamos en un sistema donde la desinformación es un hecho probado, donde la corrupción campa a sus anchas, un mundo cada vez más injusto y violento, un mundo dividido, de extremos. Con razón uno se vuelve esquivo e incrédulo, ondeando la bandera de la infelicidad. La sociedad de hoy es una sociedad que prefiere no pensar por sí misma, una sociedad desgraciada que se ha abandonado creyendo en unos ideales que resultaron fallidos y que provocaron una brecha social aún mayor de la que históricamente había existido hasta el momento. Estamos desvalidos, a merced de una clase política que ha demostrado ser incompetente en demasiados aspectos. Se nos agotan las opciones. No sabemos ya qué hacer, cómo darle la vuelta a esta situación. ¿O sí? 

Cada día que pasa tengo muy clara cuál debiera ser la solución a tanta incongruencia: volver a lo esencial. ¿A qué hago referencia? Un retorno al hogar primigenio: la naturaleza. En estos tiempos convulsos y de confusión perpetua, el único modo de mantener cierta cordura es devolver al ser humano a ese estado natural que nos permite a su vez volver a fijarnos en los pequeños detalles que nos definen como humanos, esas costumbres y tradiciones fundamentadas principalmente en el respeto y cuidado de la naturaleza, y en el respeto y cuidado de nosotros mismos. Lecturas como Los Alpes en invierno. Ensayos sobre el arte de caminar (Siruela), de Leslie Stephen, confirman esa necesidad de la que hablo.

Con prólogo de quien fuera su hija, la célebre escritora Virgina Woolf, este pequeño pero exquisito libro, recoge tres breves ensayos firmados por una de las eminentes figuras de la Inglaterra victoriana, amante del alpinismo y de los paseos. El lector encontrará en ellos mucho más que una crónica de sus gestas, mucho más que esa oda que le dedica al Mont Blanc, esa montaña que dice «debe de ser como un sátrapa asiático, él solo y supremo, rodeado de picos inferiores que se inclinan a sus pies en reverencia». Stephen muestra en los tres ensayos veneración por el paisaje, por la sublime grandeza de la naturaleza, al tiempo que nos alecciona —en el buen sentido— sobre la necesidad de comulgar con esa naturaleza que nos aguarda y que debemos gozar aquí y ahora, corporal y físicamente, pero también mentalmente. De ahí que Stephen, «el más amable de los hombres», como lo definió James Russell Lowell —a pesar de tener fama de solitario y demasiado reservado—, sea un defensor del caminar, ejercicio básico para ordenar las ideas e hilar pensamientos y para que fluyan las conversaciones, al tiempo que mejora el ánimo y propicia la calma.

Fascinantes son sus descripciones alpinas, tanto las geográficas como las emocionales. Fascinantes son los apuntes que realiza sobre algunos célebres paseantes británicos. Insisto, un libro exquisito, mezcla de hazaña y tratado filosófico.  

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