Vidas cotidianas que buscan amparo o un salvoconducto (reseña)

Las distopías, la ciencia ficción, el realismo mágico... La imaginación del ser humano para crear mundos alternativos, universos paralelos o situaciones surrealistas es fascinante. Muchas de esas historias nos atrapan desde el primer instante por lo sorprendente de sus planteamientos, por esa capacidad de generar espacios fantásticos en los que todo es posible. Sin embargo, debo reconocer que cada día me atraen más las historias corrientes, los relatos de vidas cotidianas que suelen permanecer en el anonimato por ser, precisamente, comunes a la mayoría de nosotros. El porqué de esa atracción creo que radica en una necesidad por conocer de cerca esas realidades en apariencia monótonas pero que esconden tras de sí una profunda carga emocional. 

Siempre me viene a la memoria la conmovedora historia de Haya Tedeschi, protagonista de esa gran novela que es Trieste (Automática), de Daša Drndic, y en la que remarca que detrás de cada nombre hay una historia. Ésta es una gran verdad y es por ello que las novelas o relatos que versan sobre las relaciones personales, sobre los paisajes que son auténticos y que marcan el devenir de nuestra propia existencia, reclaman mi atención, me llaman.

El mismo sitio, las mismas cosas (La Huerta Grande), de Tim Gautreaux, es un conjunto de relatos sobre vidas comunes y corrientes, nombres en los que detrás hay una historia. Por estos textos desfilan una serie de personajes con un pasado que les ha marcado profundamente y que, como nos pasa a todos, dudan de sus actos, se equivocan, ríen y lloran, buscan un consuelo y anhelan vivir en paz consigo mismos. También son personajes que protagonizan escenas turbulentas en ambientes a veces un tanto sórdidos, o simplemente personas que han perdido la esperanza, que necesitan amparo y que se ven desprovistos del mismo hasta el punto de que es imposible no sentir compasión por ellos.

De este conjunto de textos se ha llegado a decir que ofrecen un paisaje fértil para la epifanía. Bien es cierto, ya que en muchos de los doce relatos que comprenden este libro, se suceden revelaciones sobre el estado mismo de unas vidas que, de forma casi imperceptible, viran por completo, se resquebrajan. Esa atmósfera mundana y algo decadente goza no obstante de un gran atractivo, para mí, como es situar las historias en el estado de Luisiana, territorio conocido por la pintoresca y musical ciudad de Nueva Orleans. Así, el sabor de la comida cajún y el acento francés que se habla en este rincón del planeta, enriquecen las complejas historias personales que Gautreaux describe con gran sutileza. Mujeres que buscan huir de su hogar cueste lo que cueste, un abuelo que debe hacerse cargo de su nieta tras la muerte de su hija en un accidente aéreo, un maquinista que provoca un accidente de consecuencias inimaginables, la desesperación de un padre en busca de su hija... Relatos en los que la esperanza y la redención son protagonistas, pequeños (grandes) dramas cotidianos convincentes escritos con sensibilidad y gran destreza. Gautreaux es un gran narrador  

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