Una epopeya candorosa sobre la birra y... sus virtudes? (reseña)

Atención, pregunta: ¿Puede disfrazarse una historia de fracasos, tanto personales como aquellos concernientes a un modo de vida basado en la falsa idea del bienestar que ofrece un sistema socio-político hipócrita y demagogo, en un libro de cariz infantil? Sí, se puede. ¿Y se puede escribir un libro «infantil» con altas dosis de alcohol en sangre, con la cerveza como protagonista? No sería políticamente correcto pero... Sí, se puede. ¿Cómo es eso posible? ¿Quién se atrevería a hacer tal cosa? Tom Robbins, claro.

B de birra, que publica Underwood, esa editorial incendiaria, amante de los trabalenguas y lo salvaje —y que su propio editor, Fernando Peña Merino, define como «napalm y satisfacción»—, es uno de esos libritos en apariencia indefensos pero que guarda en su interior oro puro —¿u oro líquido?—, partiendo de ese lenguaje paródico, magistral en su ir y venir, desafiando al entendimiento del lector y, me atrevería a decir, al suyo propio, aunque bien es cierto que me imagino al bueno de Tom carcajeándose a los cuatro vientos mientras escribía este delicioso relato protagonizado por Gracie Perkel, una niñita de casi 6 años con la que es imposible no empatizar por su inocencia y afán de curiosidad.

Difícil resulta no gozar con la pequeña Gracie, con el mundo visto a través de sus ojos, un mundo en el que existe la soledad, la decepción y el desengaño, la pena y la vergüenza, aunque Robbins revista todo ello con su particular gracejo, haciéndonos partícipes de una epopeya candorosa en la que sorprendentemente tiene cabida la mitología beoda. ¡Chupa del frasco, Carrasco!

Alrededor de la ingenua Gracie encontramos a un padre que prácticamente la ignora, una madre despistada y un tío sabihondo y amante de ese brebaje dorado, tostado, malteado, es decir, la cerveza, la birra. En un ambiente en el que nuestra heroína busca saber cuál es su lugar en el mundo, esa pleitesía que su ‘tito’ Moe le rinde al preciado líquido resulta demasiado tentadora para que la pequeña no quiera apreciar sus bondades hasta el punto de obsesionarse. Es así como, fruto de la enésima promesa incumplida de su progenitor, Gracie decide pimplarse un par de latas de cerveza sin contemplación alguna, sumiéndose, como era de esperar a su tierna edad, en una melopea de muy padre y señor mío.

En ese estado de embriaguez, pese a lo que muchos pudieran pensar, aparecer un ser extraño —el Hada Birrina— para enseñarle a nuestra querida Gracie todo cuanto ella desea saber sobre la birra, su origen, producción y, también, aquellos peligros que conlleva su alta ingesta. ¿Tom Robbins nos está ofreciendo un manual de la buena conducta? Nada más lejos, aunque lo parezca, porque en lo que el autor norteamericano incide es, precisamente, en esa realidad estrecha de miras, en todas esas familias en cierto modo desestructuradas, en el alcoho-consumismo y en sus peligros, y todo ello con ese particular humor sardónico que ningún verdadero fanático de Robbins debería perderse. ¡Cómo he disfrutado!  

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