El deseo de destrucción que reside en el ser humano (reseña)

Leo, siempre que puedo, con una libreta a mano, o un simple folio, para ir anotando aquellas frases que me producen mayor impacto o que me inducen a ciertas reflexiones sobre la propia literatura o sobre la condición humana. Tengo muchas, muchísimas anotaciones, y de todas ellas extraigo breves citas que leo y releo cientos de veces en un ejercicio sincero de aprendizaje. Algunas de ellas, sin ser plenamente consciente, me ofrecen las pistas necesarias para conectar con la esencia misma del libro, con su razón de ser, o más bien, con su alma.

No, no estoy loco, y si lo estuviera poco importa, pero mientras me sumergía en esa atmósfera un tanto desoladora de los relatos que comprenden Nevada (Malas Tierras), de Claire Vaye Watkins, leí lo siguiente: «En los yacimientos aprendí que en algún lugar del corazón de todo hombre hay un deseo de destrucción». Ese pensamiento o confesión me noqueó por la amargura que subyace en estas palabras, y es esa desesperanza, ese conflicto interno que puede condenarnos a la autodestrucción, a la ruina, lo que precisamente da forma a cada uno de estos relatos que te remueven por dentro.

Si algo caracteriza este libro es el mapa psicológico que dibuja Watkins a través de unos personajes que no son felices, que se ven arrastrados por sus inseguridades y miedos, personas que se traicionan a sí mismas y que buscan consuelo en los lugares equivocados. Lo interesante de esto es que ese mapa psicológico está influenciado por otro geográfico, el que simboliza el estado de Nevada, ese espacio desértico y traicionero, lugar de falsas promesas y del pecado, tiránico y miserable, que en cierto modo arrastra a unos personajes que parecen haberse rendido.

En estas páginas hay delirios psicóticos, traumas, tensión e incomprensión. La joven autora norteamericana logra incomodar en el mejor sentido de la palabra, y lo hace desde el primer relato que tiene tintes autobiográficos, pues en él relata el auge de la ciudad de Reno al tiempo que narra la historia de su padre, Paul Watkins, lugarteniente de Charles Manson; si bien decidió abandonar «la familia» antes de que se produjeran los fatídicos asesinatos de 1969. En mi modesta opinión, lo que hace aquí Clarie Vaye Watkins es enfrentarse a su propio pasado, a deshacerse de un estigma que, sin pretenderlo, le acompañará de por vida. Y aquí existe cierta rabia, una rabia que traslada al resto de los relatos, si bien en muchos de ellos se camufla o transforma, aunque siempre provocando un caos interno.

Un turista italiano cuyo amigo se ha perdido en el desierto y llega a un prostíbulo de carretera, un matrimonio sumido en una crisis, los celos e insatisfacciones de un grupo joven de amigos, el enfrentamiento de dos hermanas, la confesión de un episodio de violencia sexual... Todos los relatos son una especie de advertencia sobre la fragilidad del ser. Watkins nos habla de lo fácil que es caer preso de los complejos y frustraciones. Es esta una lectura árida, donde la amargura vital determina unas vidas que pueden ser cualquier vida. Poderosos relatos, sin duda. 

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