Una antología de historias anónimas y esperanzadoras (reseña)

La Historia comprende muchas historias. Algunas de ellas son auténticas epopeyas mientras que la gran mayoría pasan totalmente desapercibidas para esa Historia —con H mayúscula— de la que tanto nos enorgullecemos. Esas historias o relatos de vida cotidianos prácticamente anónimos guardan la verdadera esencia del ser; en todas ellas descubrimos el comportamiento humano en toda su vastedad, esas actitudes y acciones que se traducen en las relaciones que nos definen como seres individuales y como sociedad. Son historias en las que a priori no sucede gran cosa, pero que guardan un vínculo con un modo de ver y entender el mundo en el que vivimos, un modo de ser y de estar en ese mundo, lo cual resulta fascinante si tenemos en cuenta las diferencias existentes entre las diversas culturas de ese mundo, todas ellas diferentes entre sí, quizá complementarias, pero siempre únicas y sorprendentes.

La cultura asiática difiere muchísimo de la europea, y la cultura japonesa en concreto difiere mucho de la nuestra, pues ellos ven en esos pequeños detalles ordinarios el valor y sentido de nuestra existencia, algo que vuelvo a comprobar gracias a la serie de historietas que Yoro Abe reúne en la ya mítica saga de La cantina de medianoche que Astiberri ha tenido a bien traducir para que podamos sumergirnos en esa especie mundo alternativo o, más bien, refugio, donde se da cita un nutrido grupo de personajes variopintos. 

En esa cantina o tasca, que abre a medianoche y que únicamente cuenta con unos pocos platos en el menú —si bien, si uno lleva los ingredientes de lo que quiere, puede disfrutarlos igualmente—, regentada por un maestro cocinero que hace las veces de confesor, psicólogo y asesor espiritual, se desarrolla una antología de historias basadas en esas relaciones humanas ordinarias, sencillas pero igualmente importantes. Todas esas personas, esos seres anónimos, están conectadas por este singular restaurante y a través de cada uno de sus comentarios, de sus biografías personales, Abe realiza una especie de radiografía de la sociedad nipona, y lo hace, además, poniendo el foco en su gastronomía como hilo conductor o vínculo, lo cual viene a subrayar la importancia que la cocina guarda en cada uno de nosotros, una cocina que puede evocarnos recuerdos del pasado o que puede reservarnos alguna que otra aventura futura.

Leer estas historias, recorrer sus viñetas, supone una tregua con la celeridad de un mundo cada vez más agresivo, frío e incongruente, pues son relatos en los que prima el optimismo. En cierto sentido, Yoro Abe viene a decirnos que a pesar de los pesares, siempre existe una solución a todos los entuertos, que podemos albergar alegría en tiempos oscuros, que siempre hay espacio para la esperanza. Uno se reconcilia con el mundo, con el propio ser humano, tras la lectura de este primer volumen al que pronto, según tengo entendido, se le unirá un segundo gracias, nuevamente, a la labor de Astiberri. Y para completar esa sensación de bienestar, siempre se puede ver la serie inspirada en esta obra y que uno encuentra en Netflix.

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