La profunda y melancólica mirada de Kajii Motojirō (reseña)

«Yo necesito la tragedia. Solo con ese contrapeso mi paisaje interior termina por aclararse. Mi corazón está seco, melancólico, como el de un diablo». En este breve extracto de uno de los relatos del autor japonés Kajii Motojirō creo entrever a la perfección la esencia misma de su escritura, que definiría como melancólica; aunque sería más acertado afirmar que su escritura es en sí misma pura melancolía. 

En Días de invierno (Gallo Nero) se reúnen un total de quince relatos que uno lee con tiento, a un ritmo pausado, para no perderse ni un ápice de esos pequeños detalles que en una cultura como la nipona suponen un todo. En todos ellos sobrevuela un cierto aire apesadumbrado y se observan sombras que son, en realidad, la antesala de la muerte. Ahondando en la biografía del escritor de Nishi, Osaka, entendemos el motivo. Motojirō  fue diagnosticado con tuberculosis pulmonar con apenas 19 años y vivir con esa enfermedad, enfrentarse a ella cada día, aceptarla, supuso un ejercicio introspectivo sin parangón, elevando su capacidad de observación a niveles asombrosos, como queda patente en esta antología.

Como no podía ser de otro modo, la tuberculosis es protagonista de estos relatos, ya sea de forma evidente o como un halo que envuelve la atmósfera de sus protagonistas. La cercanía de la muerte, su reflexión en torno a ella, su resistencia, son elementos clave en esta especie de estampas en las que Motojirō exprime al máximo la belleza ordinaria latente con un lirismo que no empalaga. Asimismo, esa dicotomía entre la tradición y la modernidad, entre lo estrictamente nipón con lo occidental, aparece aquí como otra de las preocupaciones, y por ende de las temáticas, relevantes, ocupando un lugar privilegiado en las tramas, donde se evocan una retahíla de sensaciones visuales que hacen de su estilo, alejado del canon de su época, algo único, particular.

Motojirō es capaz de hablarnos de la vida y la muerte de las moscas de invierno, de las hojas secas de los árboles, de los burdeles y puertos, del color de las cosas —que dice es inmutable—, del sol y de la felicidad que simboliza un paisaje, con una sencillez abrumadora que nos deja aún más perplejos al comprobar la juventud del propio autor nipón cuando escribió estos relatos. Y es que con 31 años perdió finalmente su particular batalla contra la tuberculosis, no sin antes dejar una obra madura que, como digo, ha de leerse con calma para saber apreciar esos matices y esa profunda carga emocional que desprende. 

Elogiado por otros escritores de renombre como Yasunari Kawabata y Yukio Mishima, admirado por su poder descriptivo, hoy día está considerado uno de los mejores autores de Japón de la pasada centuria y es digno de admirar que editoriales como la madrileña Gallo Nero hayan apostado por su «recuperación» y darle la visibilidad que merece, porque hay pasajes en Días de invierno que son para enmarcar por esa capacidad poética que aflora, convirtiendo lo trivial en algo mucho más trascendente, y muchos de esos pasajes o fragmentos difícilmente te abandonan: «¡Ah! ¡Bajo los cerezos hay cadáveres enterrados!». 

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