Prejuicios, miedos y conflictos emocionales en el campo (reseña)

Tensión. La primera acepción que ofrece la RAE sobre este concepto es el siguiente: «Estado de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen». Si bien también significa: «Estado anímico de excitación, impaciencia, esfuerzo o exaltación». Creo que no hay mejor sustantivo para definir la literatura de Sara Mesa. O al menos no hay mejor sustantivo para mí, puesto que siempre que leo sus historias siento una tensión máxima. Todo mi cuerpo se articula, se vuelve rígido, como si estuviera en alerta. Asimismo, mi estado emocional se transforma, muta. Nervioso, incluso acelerado, permanezco al mismo tiempo absorto en la historia que me cuenta; en cierto sentido, soy como un satélite atraído por un cuerpo mayor cuya fuerza gravitacional es poderosa. Y es que la literatura de Mesa es poderosa, única a la hora de sugestionar al lector, al que adentra en profundos universos emocionales y psicológicos.

Mientras leo Un amor (Anagrama), su última novela, siento algo parecido a lo que sentí cuando vi el largometraje de Lars Von Trier Dogville —si bien el final de esta película es mucho más dramático por su puesta en escena casi operística—.  Soy como un testigo agitado e intruso en la vida de Nat, su protagonista, una mujer que decide cambiar su vida y trasladarse a un pueblo donde siente que no encaja. Ese sentido de no pertenencia, incluso de hostilidad que siente Nat con respecto a sus vecinos, provoca que de forma gradual vaya creciendo ese sentimiento dramático, tenso, que Mesa va intercalando además con la minuciosa y pausada descripción anímica de la joven cuyo comportamiento se va volviendo más y más desconfiado, sospechoso e incluso miedoso. 

Una casa destartalada, un casero que produce aversión desde el primer momento, un matrimonio vecino aparentemente modélico, una especie de artista hippie local, un perro callejero y un alemán impasible son algunos de los ingredientes que Sara Mesa utiliza para estrechar aún más el cerco de esa desazón, de ese estado de no integración, de los prejuicios y de la inestabilidad emocional de Nat, quien parece enloquecer por momentos cuando intenta iniciar una relación sexual y amorosa, y sobre todo cuando todo su mundo entra en conflicto consigo mismo, fruto de su propio fracaso, incrementando esa distancia interpersonal marcada desde el inicio por la diferencia. 

Resulta sorprendente cómo Mesa es capaz de transmitir una aparente tranquilidad en cada página cuando poco a poco nos damos cuenta de que no existe tal cosa. Observamos casi pasmados la bonanza de un pueblo que no tarda en mostrar sus carencias y su espíritu combativo ante lo extraño, la indiferencia a la hora de establecer relaciones personales, los recelos subyacentes y los excesos. Asistimos también a un conflicto afectivo, a la demostración de una violencia implícita, fruto de la desconfianza. Nos vamos tensando, más y más.

La facilidad que tiene la autora para sumergirnos de pleno en la misma angustia que siente y padece la protagonista a lo largo de esta historia hace que uno no puede más que postrarse ante su maestría narrativa. 

Comentarios

Entradas populares