Obras de arte que ocultan ciertos misterios 'ficticios' (reseña)

En esa, para mí, obra maestra de la literatura que es Sostiene Pereira (Anagrama), de Antonio Tabucchi, se dice que «la literatura parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizá diga la verdad». Ciertamente, el arte literario es el que mejor explota ese juego entre realidad y ficción, puesto que la frontera entre ambas no tiene límites precisos sobre la página. 

Todo es susceptible de ser una ficción, como queda evidenciado en los relatos que conforman Línea de penumbra (Pepitas de Calabaza), de Elvira Valgañón, un libro que me recuerda mucho a lo que dijo Margaret Cavendish sobre las limitaciones de la visión, que son, en parte, nuestra limitaciones: «Ni un telescopio puede ver todo el universo ni un microscopio puede agrandar lo más minúsculo de la materia, ni a través de ninguno de ellos se pueden ver fenómenos como el magnetismo. Esta limitación permite y requiere la incursión de la ficción; es necesario especular, plantear hipótesis, imaginar teorías». 

Así, a partir de ciertas obras de arte, Valgañón especula, plantea situaciones e imagina, y lo hace de forma elegante, con maestría e inteligencia. Uno queda ensimismado ante su destreza narrativa, ante esos hechos que nadie más que ella ve en todos y cada uno de esos cuadros que le sirven de inspiración, ante esa sutileza que me evoca la prosa poética de otros autores que idolatro, como Pierre Michon o Pascal Quignard, pues ambos se inspiran en los mitos y leyendas para ofrecernos variaciones de los mismos, construyendo, por tanto, nuevos relatos en torno a esa cosmogonía que gracias a su talento revivimos y gozamos. 

La autora riojana, partiendo de una pieza artística concreta —de las pinturas rupestres a obras de artistas ilustres como Caravaggio, El Bosco, Ghirlandaio,  Artemisia Gentileschi, Francis Bacon o Edward Hooper, por citar algunos—, invita al lector a ser partícipe de los posibles secretos que oculta la misma. Valgañón nos convierte en testigos accidentales de las vidas, misterios y quehaceres de los protagonistas de esos cuadros, ya sean artistas, mecenas, modelos o, incluso, los mismos personajes que son retratados, al mismo tiempo que interpreta o reinterpreta su propia existencia haciendo visible lo invisible, o más bien, fantaseando con esa existencia, interiorizando cada una de las pintura elegidas. Se trata, en cierto modo, de un ejercicio de idolatría, un singular homenaje hacia esas piezas que, de un modo u otro, le han marcado.

Cada relato, cada historia (ficcionada o no) detrás de cada cuadro elegido y compartido, esos gestos ocultos y palabras olvidadas que Valgañón «recupera», esas variaciones, resulta un verdadero gozo para todo lector ávido de una literatura refinada que se muestra evocadora y que se sumerge en esos instantes precisos de la imaginación palpitante de su autor. Para mí, ha sido todo un descubrimiento la literatura de la logroñesa, de la que necesito leer ya su anterior libro, Invierno, publicado también por ese sello tan peculiar como necesario como es Pepitas de Calabaza, a los que agradezco que sigan pensando que la imaginación es el mayor poder que tiene el ser humano.

Comentarios

Entradas populares