Un análisis personal sobre el mito literario del alcoholismo (reseña)

Hay quien dice que el alcoholismo encierra toda una filosofía literaria del siglo XX. No será la primera ni la última vez que confiese mi particular atracción hacia el mundo de lo etílico, literariamente hablando. Las historias impregnadas en alcohol muestran una faceta del ser humano que la mayoría de nosotros preferimos obviar, ese lado frágil, necesitado que todos poseemos e intentamos ocultar y proteger. Al ingerir alcohol uno se desinhibe, es cierto, siente una ligera euforia, pero también se expone hasta el punto de perder totalmente el control y resquebrajarse. 

Podría considerarse al alcohol como una vía de escape, una búsqueda del placer efímero, una invitación a la rebeldía. Sin embargo, su adicción es, también, culpa, negación y angustia física y existencial. De eso, en parte, habla Leslie Jamison en esa especie de ensayo autobiográfico titulado La huella de los días (Anagrama), donde comparte su propia experiencia como persona alcohólica que fue. No vayan a creer que estamos ante un libro puramente confesional, una especie de alegato contra el alcoholismo, no. Jamison, con esa maestría que caracteriza a muchos de los narradores estadounidenses del siglo XX, hilvana un relato de no ficción en el que entremezcla sus vivencias con una investigación concienzuda y más que interesante sobre algunos de los autores que, al igual que ella, sucumbieron a la dipsomanía.

Diría que existen en este libro dos partes bien diferenciadas: por un lado, la historia personal de la autora, y por otro su particular estudio de obras y autores que vivieron las causas de la adicción, si bien la autora intercala ambas líneas para ir extrayendo ideas y conceptos que le ayudan a dibujar un testimonio sobre la adicción y sobre el mito de la adicción. Jamison cuenta cómo empezó a beber en la adolescencia, fruto de su inseguridad y timidez, algo que le provocó también anorexia. Todas esas frustraciones le sumergieron de pleno en una espiral de autodestrucción —hasta el punto de autolesionarse— que le llevó a sentirse cada vez más insatisfecha, a pesar de creer, como cualquier adicto, que con el alcohol era y podía ser feliz, que era lo único que necesitaba en su vida. 

Esa cruda realidad, ese realismo teñido de vino barato, whisky o ginebra, es el que Jamison comparte con otros autores célebres como Charlie Jackson, autor de Días sin huella, John Berryman, Raymond Carver, Denis Johnson, Jean Rhys, Marguerite Duras, Elizabeth Bishop... Así, la escritora ofrece de cada uno pinceladas de sus vidas, retazos de su prosa y de su poesía, de sus pensamientos e inquietudes, de sus miedos. Todos estos testimonios, que se van sumando a los del fundador de Alcohólicos Anónimos, conforman finalmente un todo basado en los estigmas sociales y morales que acarrea el alcoholismo, además del deterioro personal, de ese hundimiento que para muchos es una condena.

Un ensayo, o novela de no ficción, que va de lo personal a lo universal, y que nos presenta a muchos antihéroes que son, sencillamente, seres humanos como nosotros. 

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