Una historia de amor y vampiros, el eterno duelo del bien y el mal (reseña)

Tienen algo fascinante las historias de vampiros. Es muy probable que al abordar, de forma no evidente, ciertos temas que se han considerado tabú por la sociedad nos resulten tan llamativos e, incluso, lleguen a excitarnos. En estos relatos se habla del poder de la sangre, de la pulsión sexual, de la muerte... Ese mundo de lo oculto, donde existe una marcada lascivia en el ambiente y donde ser pecaminoso no es delito atrae y es, hasta cierto punto, liberador. El motivo de que esto sea así quizá lo encontremos en una de esas eternas luchas que han marcado el devenir de toda la humanidad. Me refiero a ese duelo entre el bien y el mal, lo puro y lo impuro.

Si hablamos de relatos vampíricos, hemos de hablar de uno de los fundacionales o, más bien, de los más icónicos, como es La muerta enamorada que ahora publica en catalán —La morta enamorada la editorial mallorquina Quid Pro Quo con una traducción impecable de Marta Marfany y con una serie de fotografías de Aina Perelló que se van intercalando a lo largo del relato y que confeccionan a su vez otra historia visual alternativa al mismo. La obra maestra de Théophile Gautier, como Baudelaire la llegó a definir, es un relato sorprendente por cómo plantea una historia de amor fuera de lo normal —o de lo que la sociedad de su época consideraba normal y de lo que muchos, aún hoy, consideran normal—, logrando establecer una atmósfera inquietante a la par que subyugante.

Que un sacerdote, ya en su ocaso, rememore su amor desaforado por una joven de una belleza sobrenatural, que hable de su vida nocturna, de su lado impúdico, ya sacude las conciencias inmaculadas de las gentes. Y si a eso le añadimos  la aparición de una bella e hipnotizante mujer que lo seduce para alimentarse de su sangre, tenemos como resultado una de las más complejas y más logradas historias sobre los juicios de valor que el ser humano ha desarrollado con el paso de los años. Romuald, el protagonista, representaría la virtud. Clarimonde, la vampiresa, sería la tentación. Y Sérapion, el joven sacerdote que escucha la confesión del anciano Romuald, ejercería el papel del bien o, mejor dicho, de la «pureza del alma». Gautier conjuga aquí, y de forma magistral, ese debate entre lo espiritual y lo mundano, entre la moral y el pecado, entre la vida y la muerte, en definitiva, y lo hace además alimentando el relato con esos elementos de fantasía vampírica que nunca dejan de sorprendernos y que, a la vista está, nunca pasan de moda, pues sigue influenciando a un buen número de autores. 

Esta historia de amor y perdición, de redención y pasión, de enfrentamiento, es por derecho propio uno de los textos más deliciosos del estilo romántico y una de las obras que mejor evidencian el estilo y el arte de Théophile Gautier, autor que  ha sido considerado por algunos como fundador del parnasianismo, y precursor del simbolismo y la literatura modernista, pero que parecía un tanto olvidado. Así pues, un gran acierto —otro más— su «recuperación» y traducción al catalán por parte de Quid Pro Quo

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