¿Cómo escribir una historia entre los escombros? (reseña)

Hay mensajes encriptados en las novelas, claves que están ahí pero que a veces no vemos, y en ellas está la naturaleza de la historia, su por qué. Son pensamientos, pequeños extractos o citas, fragmentos que se disponen desordenadamente por el texto, y sobre los que se sustenta todo, absolutamente todo. «Un cuerpo apenado, ¿cómo se escribe?», se pregunta ya en las primeras páginas el protagonista de Los llanos (Anagrama), novela de Federico Falco finalista del último Premio Herralde de Novela. Y es esta cuestión, una cuestión fundamental a la hora de entender esta historia que versa sobre el amor y el desamor, sobre la soledad, sobre el encontrarse a uno mismo, sobre el consuelo y cómo hallar la solución para aliviar el dolor y la pena.

Falco nos sumerge de pleno en los paisajes de la pampa argentina, pues ese es el destino de Fede tras abandonar Buenos Aires al romperse su relación con Ciro. Y es en esos parajes, en una casa de campo, donde intenta cultivar un huerto con la ayuda de Luiso, un vecino de la zona. La huerta como un pozo del olvido, como un regenerador del alma y como un viaje también a su infancia, recordando a sus abuelos y tíos, a esa otra huerta, ese otro campo de su niñez, ese entorno paradisíaco.

La siembra y plantación de tomates, kales, mostazas, acelgas, lechugas de todo tipo y otras tantas verduras y hortalizas le procuran al protagonista una especie de territorio neutral donde abandonar sus pensamientos y, sobre todo, contener sus sentimientos. No obstante, esa especie de retorno a la naturaleza es, también, una invitación a cuestionarse todo, principalmente sus recuerdos. Es este, por tanto, un viaje por su memoria, en la que nos habla de su sexualidad, de cómo enfrentarse a ella —«Sentía que no encajaba, que no tenía con quien hablar, que hablaba y nadie me veía, que no reconocían quién era, que no me podían mirar», escribe—, de su relación ya adulto con Ciro o de cómo esta se terminó de forma, para él, abrupta y sin sentido. «¿Cómo escribir entre los escombros, entre el barro y los charcos, juntando, acá y allá, los restos mojados de que había sido un día a día, de lo que había sido una casa? ¿Cómo escribir una historia entre los escombros de una historia», se vuelve a preguntar —otra clave—. 

Podría decirse que Los llanos es una novela de aprendizaje. El protagonista, Fede, aprende de nuevo a vivir consigo mismo, aprende a manejar una huerta, a ser autosuficiente, aprende, aunque dolorosa e irracionalmente para él en un principio, a recomponer su corazón. Y en ese aprendizaje, en ese ejercicio de resiliencia, Falco nos habla también de la escritura, de su proceso, de su complejidad, de la importancia de contar una historia: «Nos hablamos con historias, con anécdotas, con cuentos. Una forma de no hablar. Una manera de hacerse compañía», dice. «Contar una historia cambia a quien la cuenta», dice. «Y por momentos la ficción es la única manera de pensar lo verdadero», dice. 

Un libro sosegado, evocador, sanador. Una historia de detalles, una oda al tiempo y a la naturaleza, a la memoria, y al amor.

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