La pasión y fascinación por «el Buen Gustave» Flaubert (reseña)

Háganme caso y fíense de los libreros, de los buenos libreros. Uno rápidamente los identifica porque son ávidos lectores, bibliófilos empedernidos, apasionados de las palabras y no se dejan llevar por las modas o los artefactos comerciales disfrazados de literatura. Precisamente, uno de estos salvaguardas al que tengo por gurú comentaba a principios de año que leyéramos un librito de apenas 70 páginas porque en esas 70 páginas había más literatura que en muchos de los premios literarios que se conceden en este país. 

Ese librito al que hacía referencia el buen librero era Flaubert for ever (Minúscula), de Marie-Hélène Lafon. En ella la autora ofrece una especie de soliloquio donde profesa su amor incondicional a Gustave Flaubert, un amor casi enloquecido, quijotesco incluso. Y lo hace con ese particular estilo que muchos autores franceses han desarrollado de forma magistral biografiando las vidas de algunos de sus héroes personales, ficcionándolas incluso, para lograr rellenar ciertos huecos. Es, qué duda cabe, una escritura inducida por la fascinación y devoción que sienten por esos personajes y que me lleva a pensar de forma irremediable en figuras del calibre de Pierre Michon o, más recientemente, Éric Vuillard o Frédéric Pajak. Todos ellos han confeccionado obras que se sitúan en el límite de lo que podríamos considerar una pura biografía y de la intuición casi fantasmal o fantástica.

Lafon ofrece en este intenso y condensado título un monólogo interior que en ocasiones parece convertirse en un diálogo con el autor de obras cumbre como Madame Bovary. Le tutea, opina sobre algunos de los acontecimientos que le marcaron, se compadece, pero también muestra un júbilo propio de los admiradores más sinceros. Y todo ello, tengo la sensación, está escrito para ser leído en voz alta, porque cada fragmento, que es en realidad un pensamiento, cada episodio que describe sobre la vida de Flaubert —desde la muerte del padre, de la hermana, el nacimiento de su sobrina, la muerte de su madre, sus éxitos...—, en estas páginas se revela casi como un acontecimiento para ser compartido, enaltecido y, a su vez, por qué no, para sentir que, pese a todo, pese a su legado literario y su impronta, Flaubert fue, ante todo, un ser humano.

Estas setenta páginas son setenta páginas de gran literatura, de esa literatura que conmueve por la pasión que demuestra su autora, por cómo es capaz de condensar de forma poética y vívida los pasajes y experiencias conocidas y más relevantes de la historia de un hombre que sufrió y triunfó al mismo tiempo, autor universal donde los haya y que, para Marie-Hélène Lafon es inagotable.

Flaubert for ever es una obra de género indefinible, mezcla como decíamos de biografía, ensayo, novela e, incluso, poema, una obra personal, íntima, que nos contagia ese fervor por «el Buen Gustave». Excelente traducción de Lluis Maria Todó, pues no es fácil trasladar esa densidad emocional y creatividad. Una obrita, o más bien gran obra, que viene a confirmar lo que muchos ya sabíamos: en Minúscula se publican grandes joyas. 

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