Pavese, el escritor solitario (artículo de prensa)


“De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío”.


Así comienza el cuento Años de Cesare Pavese. El pasado 9 de septiembre de 2008, toda Italia y gran parte de Europa celebró el cententario del nacimiento de una figura imprescindible de nuestra literatura. Escritor prolífico en prosa y verso, alma atormentada y amante desgraciado, logró crear una obra impresionante y turbadora en la que se dan cita sus demonios interiores y exteriores que asolaron física, moral y mentalmente al viejo continente en el período comprendido entre la I Guerra Mundial y la Guerra Fría.
Recuerdo cuando leí los diarios de otro gran autor, el polaco-argentino Wytold Gombrowicz –-del que siento una profunda admiración-–. Pavese y Gombrowicz fueron dos extraordinarios diaristas. Así conocí al poeta y narrador italiano. La literatura de Cesare Pavese está inundada de reflexiones sobre la soledad, pero también sobre la familia, el sexo, el amor y, sobre todo, la muerte. Su diario -–al contrario del que escribió Gombrowicz-– es reflejo del lado trágico de la vida que siempre le persiguió. De hecho, el propio Pavese definió en él al suicidio como “un homicidio tímido”. Este hecho no le impidió acabar con su vida a los 41 años en un hotel de Turín, su ciudad natal y literaria. Un trágico suceso que logró privarnos de un gran autor.
Ahora, con esta celebración, se han recuperado títulos de su obras, se realizaron actos conmemorativos y -–como nota curiosa-– han dedicado un sello. Descrito por el escritor teatral Renzo Sicco como uno de los poetas “con el coraje suficiente para interrogar sobre las cosas”, Pavese es conocido por títulos como Paesi tuoi (Pueblos tuyos), Feria de Agosto, El compañero o La luna y la hoguera. Dos días antes de morir, publicó en la prensa italiana sus últimas palabras: “No más palabras, sólo un gesto. Nunca volveré a escribir”. Se unió así a la larga lista de escritores y artistas a quienes una mórbida sensibilidad los condujo a su auto-extinción. Ernest Hemingway se voló la cabeza con una escopeta de caza y Serguei Esenin se ahorcó. Virginia Wolf se adentró en un río con los bolsillos cargados de piedras para sumergirse mejor y Hart Crane se tiró por la borde de un barco mientras navegaba por el Caribe. Van Gogh se descargó un balazo en la cabeza, tras haberse cortado una oreja, años antes y Malcolm Lowry se saturó de estupefacientes tras una riña con su compañera. Maiacovsky terminó su vida con un disparo al corazón. Paradojas de la vida que uno no logra comprender en su plenitud. Sin embargo, siempre nos quedará su obra y por eso, desde aquí me uno a este sentido homenaje a un escritor universal.



“Llegará el día en que el joven dios será un hombre, / sin pena, con la apagada sonrisa / del hombre que ha comprendido. Incluso el sol se mueve, lejano, / sofocando las playas. Llegará el día en que el dios / ya no sabrá dónde estaban las playas de antaño”, escribía Cesare Pavese en su obra Mito. Versos con una gran carga, sensibles, que nos transportan a ese rincón de la soledad del autor italiano.

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