Esa América nuestra, de todos (columna de prensa)




Esta semana quiero hacerles partícipes de una preocupación que vino a mí a través de una lectura, más que interesante, que encontré en una revista literaria sobre la diminuta autobiografía de un poeta mexicano llamado Julián Herbert. Tuve la suerte de conocer a este autor de Acapulco hace un par de años durante la presentación de su obra ‘Cocaína (manual de usuario)’. Herbert se caracteriza por ser una de las nuevas voces de la poesía mexicana, y lo cierto es que demuestra una valentía inusitada. En esa, digámosle, confesión propia, Herbert ofrece una visión dura de su infancia, en la que tuvo que deambular de ciudad en ciudad con su madre y vivir alguna experiencia trágica cercana al mundo de lo mortuorio. Y es que en algunos lugares de México, los disparos vuelan con libertad, algo que realmente asusta. Aunque no solo en la patria de Zapata suceden estas cosas. Durante mis estudios universitarios me adentré muchísimo en el mundo latinoamericano. América era para mí un mundo fascinante en el que poder sumergirse para ir descubriendo, poco a poco, los entresijos que forjaron esta rica tierra. El sufrimiento es algo que, por desgracia, caracteriza a esta zona del planeta. Sufrimiento, resistencia, revolución, imaginación, creatividad... Son pueblos luchadores por su libertad que padecen corruptelas y “malas” políticas. Sin embargo, nos dieron a Borges, Cortázar, Cabrera Infante, García Márquez, Vargas Llosa, Pitol, Fuentes, Rulfo, Octavio Paz, Piglia, Villoro, Carpentier, Skármeta, Volpi, Enrigue, Soler... Algo admirable que incluso puede resultar paradójico. Este hecho demuestra el gran poder que el mundo latinoamericano posee: el poder de la palabra. Debo mucho a algunos de estos nombres ilustres. Son para mí una fuente inagotable de conocimiento.

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