El revuelo que puede producir una palabra o pensamiento (columna de opinión)


Si todavía quedan personas que dudan del poder que poseen las palabras basta con leer a través de la prensa el alboroto que se ha producido estos días alrededor de figuras tan notables como dos premios Nobel, Günter Grass y Mario Vargas Llosa. En el caso del que dicen algunos, bromeando, que es mi tío --por la semejanza del apellido--, la polémica ha estallado por la publicación de un "no-poema" en que muestra "su preocupación" por la relación nuclear entre Irán e Israel. Fíjense si la cosa ha suscitado críticas que le han nombrado persona non grata en Israel y, como era de esperar, le han tachado de antisemita --cada cual que piense lo que quiera--. El revuelo en torno a Vargas Llosa no es, ni por asomo, tan serio. La publicación de su última obra La civilización del espectáculo, ha abierto nuevamente un debate que, particularmente, creo necesario en torno a aquello que solemos denominar "cultura". En su ensayo, Vargas Llosa se hace eco de la creciente banalización del arte y la literatura, así como de la frivolidad de la política. Muchos intelectuales --filósofos, escritores, académicos, etc.-- han dado su opinión al respecto. José Manuel Blecua, director de la Real Academia de la Lengua, cree que se ha identificado la cantidad con la calidad. El cineasta Jaume Rosales dice que ahora prima "el valor de lo efímero sobre lo duradero". Por mi parte, creo que existe una falta de esfuerzo notable, una gran desconfianza, dejadez y pérdida de la ilusión.

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