Un diario personal que es un disfraz (reseña literaria)

¿Cómo saber si un autor posee el don de la genialidad? ¿Cómo podemos tener la certeza de que su escritura será inmortal? ¿Cómo llegar a comprender que, con tan solo unas pocas líneas, pueden "inventar al mundo enunciándolo" --que diría Valeria Luiselli--? Intentar responder a todas estas preguntas sería una temeridad. Por esa misma razón, me escudo en aquello de: "el tiempo lo dirá". Y sí, el tiempo, sabio como pocos, y paciente, reconoce el mérito de aquellos que demuestran dotes extraordinarias. No hay más que leer a Robert Walser, autor que nunca dejará de sorprenderme y emocionarme. 
El suizo, célebre por haber escrito novelas como Los hermanos Tanner o JaKob von Gunten --que podríamos tildar de clásicos indiscutibles del siglo XX--, siempre demostró un dominio exquisito del lenguaje, del estilo y forma narrativos. Aquello que le hace inconfundible, su sello personal, es ese aire poético, enamoradizo, lleno de digresiones y de observaciones burlonas que impregnan sus obras. 
Diario de 1926 (La Uña Rota), es un magnífico y concentrado ejemplo de esa destreza literaria, un relato conmovedor, delicado, difícil de clasificar, irónico, sutil. Walser escribe un diario personal, a lápiz. No obstante, el libro que sostenemos entre las manos, ni es un diario, ni siquiera se sabe con certeza que se escribiera en 1926 y tampoco le queda a uno muy claro cuál es su temática. Eso es, al menos, lo que aparenta, pues rápidamente uno se da cuenta de esa genialidad de la que hacía mención al principio al ver y comprobar que Walser habla de su presente y futuro como escritor y como persona, de su valía y de sus miedos. "...escribí una suerte de novela sobre la que habré de decir un montón de cosas.."; "No tengo mucha confianza en mí mismo, pero creo en mi persona"; "... lo más sensato por mi parte sería seguir siendo soltero, palabras que he tratado de interpretar lo mismo como un disparate que como una muestra inequívoca de sensatez". Cada línea escrita en este Diario de 1926 es una pequeña joya, una confesión magnífica disfrazada o, mejor dicho, edulcorada con un humor fino y elegante para no sentir su desnudez completa ante el lector. Todos y cada uno de los personajes que aparecen en este relato le sirven al autor suizo para crear el soporte necesario que le permita desenmascararse. Esta lectura le brinda a uno numerosas sonrisas cómplices, guiños distinguidos. 

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