Ángel Ortuño, ese poeta al que le gana la risa (opinión)

"No. Yo no quiero entenderme. Nadie quiere entender. Algunos lo simulan pero no son convincentes". Estas son las palabras que Ángel Ortuño me brindó como respuesta a la pregunta de si creía en la literatura  como forma de autotraducción, para llegar a entenderse uno mismo y entender a los demás. El poeta mexicano, de Guadalajara, es un poeta de la risa; se ríe de todo, pero se ríe bien, con conocimiento y causa. Ser testigo de la lectura de sus versos, de su propia voz, se me antoja como uno de aquellos momentos que quedan estampados en la memoria por una razón sencilla: su confianza. 
Ortuño escribe lo que se le antoja, se divierte con ello. Su universo o excéntrico mapa mental literario está plagado de referencias reveladoras, desde series de animación japonesas a noticias que podrían definirse como freaks o cualquier otro aspecto estrambótico de la vida. "Me gana la risa", dice a menudo. Particularmente, las imágenes que crea son hipnóticas por su poder visual y, cómo no, por esa especie de surrealismo humorístico. Su poemario 1331, publicado por la Dirección General de Publicaciones de Conaculta (México), fue mi primera aproximación a su obra. Y ahora, gracias a la barcelonesa Editorial Foc he tenido oportunidad de volver a sumergirme en sus rarezas a través de Seamos buenos animales. Ortuño no es un poeta al uso; él se considera impuro, pero es genial. 

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