Irreverencias en pro de la emancipación (reseña literaria)

Hace cuatro años vivimos unos cuantos, con especial devoción, los mil y un homenajes que le rindieron críticos, periodistas, escritores y lectores a uno de esos autores que han marcado época por su estilo, tesón y convicción. Hablo de uno de los grandes bigotudos de la literatura universal, el norteamericano Mark Twain. Aquella efeméride me permitió explorar nuevamente algunas de las singularidades de este hombre que, en apariencia, siempre refunfuñaba, aunque nada más lejos. 
Si algo ha caracterizado la vida y obra de Twain es, sin duda, su humor, la burla afable, el sarcasmo a menudo áspero. Recuerdo  ahora unas palabras de Robert Hirst, hombre que lleva más de 20 años dedicado a completar la mayor biografía de Twain: "era capaz de sacarle punta a todo y no solo te hace pensar sino que siempre te hace reír". He aquí la clave de su universo tan extraordinario, un universo con el que podemos volver a deleitarnos gracias a los Consejos para niñas pequeñas que ha publicado este año Sexto Piso.
Con unas ocurrentes ilustraciones de Vladimir Radunsky, este diminuto texto --consta de apenas una treintena de páginas-- condensa ese don de Twain por crear una atmósfera repleta de reflexión y diversión. En teoría, esta obrita recoge una serie de consejos que el propio autor de Missouri --creador, por si alguno no lo sabe de Las aventuras de Tom Sawyer o Las aventuras de Huckleberry Finn-- dedica a las niñas estadounidenses de la época, si bien podrían trasladarse a nuestro tiempo. No obstante, no todo es lo que parece, pues hay que recordar la genialidad de Twain para crear conciencia, para generar una crítica social que desarma cualquier orden establecido.
En Consejos para niñas pequeñas, Twain realiza una especie de engaño --meditadísimo, eso sí-- para alejarse de lo correcto. Me explico. Su intención no es la de transcribir sugerencias para cumplir a rajatabla las directrices que los mayores suelen imponer a los más pequeños o, en este caso, las madres o padres a sus hijas.  Este proceso, que tildaron en su día de discordante y nada apropiado para el futuro de la educación al considerar que incitaba a la rebeldía, le sirve a Twain como plataforma para generar otro aun más importante si cabe, como es lograr la emancipación intelectual y la pérdida del miedo a las restricciones morales. El estadounidense, de forma condensada pero sorprendente, con su particular ingenio y humor, nos viene a decir que no nos creamos nada, que dejemos espacio para la libertad creativa, que seamos nosotros mismos. 

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