La soledad, pandemia de nuestra era actual (reseña literaria)
En Las ciudades invisibles (Siruela), Italo Calvino describe una serie de ciudades con nombre de mujer. Cada una de ellas responde a una temática distinta: la ciudad y los muertos, el deseo, el cielo, los intercambios, el nombre, los símbolos, la memoria… Al autor italiano le interesan las ciudades como gran metáfora de la creación e interpretación humana; son, en definitiva, lo que los seres humanos se hacen a sí mismos, su manifestación y fenomenología.
Hay quienes ven en la ciudad un desierto. Otros, por el contrario, creen que es una jungla, una red de lazos y de trampas. Leyendo Hermana muerte (Periférica), de Thomas Wolfe, uno no puede dejar de pensar en la ciudad como lugar de explotación, de exilio y de fracaso. La ciudad, en este caso Nueva York, es símbolo de la desolación, una especie de cementerio o gran manicomio, un "mundo de muertos distintos, de muertos infames, poderosos, insaciables [...]".
Con su particular e inigualable destreza narrativa, que aúna elegancia y congoja, Wolfe narra cuatro muertes distintas en la ciudad de los rascacielos, en esa ciudad "de los millones de pies y manos", como él mismo escribe. Estos cuatro cadáveres anónimos le sirven al autor para ahondar en la angustia y el desamparo, en esa soledad que ya es signo de identidad en nuestro tiempo, pandemia del siglo XX y XXI.
La Gran Manzana, universo de contrastes, paradoja absoluta. La urbe estadounidense es símbolo de la esperanza, del "sueño americano", del triunfo; pero es una ciudad cruel, un lugar que "se alimenta de la vida y sin embargo vive por encima de ella, apartada". Sin misericordia, sin pena.
Wolfe, espectador de excepción, analista de la devastación moral, vuelve a crear un relato que te encoge el corazón por su franqueza. No sé cómo lo logra, pero siempre resultan enigmáticos cada uno de sus pasajes, esos que destilan pureza y elegancia, que están cargados de simbolismo y gozan de una sutileza extraordinaria, algo al alcance de muy pocos escritores. Y es que su capacidad para captar las impresiones, esa habilidad descriptiva, provoca que sea el lector, finalmente, el que dialogue con la propia ciudad de Nueva York hasta el punto de comprender cuál es su idiosincrasia: claustrofóbica, envidiosa y codiciosa, exquisita, donde todos y cada uno de sus habitantes son, en realidad, un simple y mero murmullo. Thomas Wolfe es un autor esencial, de eso no hay duda.
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