Un sutil ejercicio de introspección familiar (reseña literaria)

Si algo me sigue maravillando en esta vida es la capacidad de asombro, ese sumergirse en los misterios que tienen que ver con la belleza y la elegancia, con el abandono y la necesidad, con el recuerdo. Hay miles de historias, millones. Todas ellas relatan hechos, acciones, sentimientos o emociones. Todas ellas son verdad y también mentira. Todas ellas permiten aflorar un ser oculto que necesita entender para qué sirve todo, para qué servimos todos. Son algo así como ejercicios de introspección o meros juegos que nos liberan del tedio. Escribir se escribe con la intención de conocer algo, de comprender algo o no querer comprender nada. No resulta fácil esta cuestión, ni tiene porqué resultar fácil. 
Margarita García Robayo realiza en Lo que no aprendí (Malpaso) algo que para mí sigue resultándome fascinante: relatar una historia a través de una mirada infantil, inocente, curiosa, frágil. Caty es una niñita de once años que no entiende a su familia. No entiende la histeria de su madre y sus constantes sollozos, no entiende a sus hermanas mayores, que son mellizas y se preocupan únicamente de sí mismas. Caty tampoco entiende del todo a su hermano pequeño Gabito, que vive en una burbuja, alejado de todo, feliz. Caty tampoco logra entender a su padre, al que todo el mundo venera; para Caty su padre es un enigma.
La escritora colombiana --aunque residente en Buenos Aires-- crea una especie de autobiografía que ficciona y que te atrapa desde las primeras páginas. Su lenguaje, su modo de narrar cada una de las experiencias que protagoniza la joven Caty, sus incógnitas. Asistimos a un despertar, a una especie de "confesión disparatada", la descripción de una vida que está plagada de incertidumbre --como todas--. 
El libro se divide en dos partes. Una primera en la que Caty intenta desentrañar quién es su padre, eminente abogado que posee ciertos dones extrasensoriales. Sin embargo, esta pregunta nunca obtendrá respuesta. En la segunda sección Caty, ya mayor, vive en Buenos Aires y recibe la noticia de la muerte de su padre. A raíz de ese hecho siente la necesidad de decir algo, de decirle ese algo a alguien. De ahí que decida escribir, elegir "personajes, conflicto, contexto, lenguaje", tal y como leemos. García Robayo junta palabras para adentrarse en la memoria de una familia --¿la suya?--. Y te reconoces en esa historia, en ese sentimiento de culpa que a veces protagonizamos por no comprender(nos). 

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