Un diagnóstico de los males de la literatura de ayer -y hoy- (reseña literaria)

Pese a que sus últimos libros hayan decepcionado a más de uno, yo le debo lealtad al escritor Enrique Vila-Matas porque gracias a él he conocido a literatos que han moldeado, y de qué forma, mi pensamiento. Recuerdo cómo en la diminuta obra Perder teorías (Seix Barral), el catalán hacía referencia a la obra de Julien Gracq y en especial a El mar de las Sirtes y El rey Cophetua como ejemplos del tratamiento de "la espera" en la literatura, tema que, reconozco, llamó mi atención y me llevó a otro célebre título del francés, La península (Nocturna Ediciones).
De Gracq siempre se ha destacado la parsimonia de sus tramas, esa atmósfera espesa urdida a partir de un tratamiento minucioso del lenguaje. Todo ello necesita de una gran destreza y conocimiento del léxico y de la literatura en sí misma, algo que he podido comprobar en La literatura como bluff (Nortesur).
Con un título tan sustancioso a la par que provocativo, este texto breve es, en realidad, un artículo que publicara en la revista Empédocle, creada y dirigida por Albert Camus, en enero de 1950. Pues bien, han pasado más de seis décadas de su publicación y todo cuanto uno lee es sorprendentemente actual. Julien Gracq quiso dar unos buenos azotes a editores, escritores y todo cuanto rodeaba el mundo de la literatura de aquella época. Su objetivo no era otro que pelear por erradicar el mal gusto y las artimañas para banalizar la literatura.
Hay, y lo digo con total sinceridad, fragmentos que son auténticas revelaciones y que se adecúan a la actualidad del sector editorial, como por ejemplo la buena prensa de ciertos autores fruto del amiguismo, los tejemanejes publicitarios para "vender" manuscritos que carecen de interés, los encuentros y firmas de libros programados para alimentar esa faceta ególatra del escritor... Todo ello lleva a "la transmutación extraña de lo cualitativo en cuantitativo que obliga al escritor de hoy a ser la representación, como suele decirse, de una superficie, a veces incluso antes de tener talento", escribe Gracq, para añadir que "el escritor moderno se ha convertido en una figura de actualidad", o bien que tiene "algo de árbitro de la moda, algo de director espiritual de segunda fila que prodiga al azar de las revistas una calderilla de recetas morales y sentimentales, algo de sumo sacerdote de una religión secreta...". Podría decirse que Julien Gracq estaba harto de la falsa apariencia, de esa inexplicable legitimación de autores que nunca demostraron nada pero que vivieron a cuerpo de rey. Crítico, incisivo, inspirador.

Comentarios

Eric GC ha dicho que…
Usté sí que lo es.

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