Un viaje por el socialismo más alejado de Moscú (reseña literaria)

Cuando leo cualquier crónica periodística, siempre vuelvo a Norman Sims, quien no dejaba de recordar y recordar que sus fuerzas esenciales "residen en la inmersión, la voz, la exactitud y el simbolismo". Teniendo en cuenta que toda crónica es un ejercicio literario, uno debe ser consciente de que lo verdaderamente importante en su lectura --y, obviamente, en su escritura-- es el tono, el lenguaje utilizado y, por encima de todo, la historia a narrar. 
La finalidad de toda crónica es ofrecer un retrato, global y detallado al mismo tiempo, de los personajes y ambientes que protagonicen una historia. Hay que centrarse en el qué cuentan y cómo nos lo cuentan. Y todo ello, a partir de una intención, de una perspectiva; de nada sirve auto-convencerse de que estamos ante algo objetivo, pues nada lo es. Tras leer La verde luz de las estepas (Errata Naturae), no tardamos ni un segundo en confirmar que Brigitte Reimann cumple con creces todos estos requisitos. 
La periodista y escritora alemana ofrece aquí un relato/crónica que logra lo que nunca en la vida creí que pudiera llegar a suceder, como es hacer que me interese por los institutos de física nuclear y geofísica, hidroeléctricas, casas de ladrillo y bloques prefabricados de lugares tan recónditos como Tselinogrado, Perdélkino, Kokshetau, Irkutsk... Reimann narra su viaje por Kazajstán y Siberia como parte de una delegación de la República Democrática Alemana en 1964, plasma sensaciones, describe rostros, analiza modos de comportamiento. Este es un viaje al antiguo comunismo, a una forma de ver y, sobre todo, de entender la vida que me era completamente ajeno pero del que soy partícipe página a página gracias a la agudeza con que Reimann describe los hechos y donde el vodka, las amplias sonrisas y cantos populares, los héroes nacionales, las aspiraciones, la disciplina,  las temperaturas bajo cero y el trabajo sobrehumano, son protagonistas. 
Debo confesar que este libro me ha sorprendido gratamente y que esas pequeñas confesiones que comparte Reimann con el lector siguen revoloteando por mi cabeza. 

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