La felicidad humana se halla en el ámbito natural (opinión)

Mientras leo El leopardo de las nieves (Siruela), de Peter Matthiessen, me detengo en un fragmento en el que escribe: “[...] se entiende que muchos pensadores, desde Lao tse hasta Gandhi, hayan elogiado la aldea como ámbito natural de la felicidad humana”. Leo y releo el pasaje y no puedo más que asentir. Es en los pequeños lugares, aquellos ajenos al mundanal ruido propio de las ciudades, donde apreciamos verdaderamente la grandeza de la naturaleza y donde somos conscientes de la complicidad que alcanza todo ser humano con sus semejantes. Poco a poco perdemos la gracia y el interés de conversar con el prójimo, sentarnos uno al lado del otro y hablar de cualquier tema, aunque sea trivial. Tampoco consideramos importante el mero hecho de detenerse y observar. Diríase que no nos preocupamos por gozar del sosiego, preferimos el frenesí. Y es que, según dicen, vivir a mil por hora es aprovechar la vida al máximo. Yo me niego a creer tal cosa, si les soy sincero. Soy de la opinión de que más vale mantenerse despierto, prestar atención a los susurros, centrarse en los ligeros detalles que, al fin y al cabo, dotan de sentido todo este entramado de relaciones que es la vida. Y no negaré sentirme atraído por la magnitud de ciertas urbes, pero en ellas todos somos seres anónimos, abandonados a su suerte, un ligero murmullo que se pierde entre sirenas, claxones y gritos varios. Por preferir, prefiero evitar esos ambientes claustrofóbicos de devastación moral. Por preferir, prefiero el paraíso. 

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