La infancia de un inocente en un mundo de agresión (reseña)

En La muerte de la bien amada (Errata Naturae) Marc Bernard escribe que «la muerte es una vieja historia.» Ciertamente, el ser humano siempre ha visto en la muerte un tema recurrente. La tememos porque es lo único cierto que existe en la vida. Ser conscientes de que tenemos un límite, que nuestra existencia tan sólo es temporal, que no somos nadie en realidad, duele. Caemos con rapidez en el olvido. Es así.

Escribir sobre la muerte puede hacerse de un modo poético, como en el caso de Bernard, quien narra con sutileza y una belleza absorbente su amor y posterior pérdida por la que se fuera su mujer. Existen, no obstante, otros autores que retratan la muerte de una forma mucho más cruda, mucho más visceral. El caso de Richard Parra vendría a ser uno de ellos. De Los niños muertos (Demipage), su primera novela, han dicho que es una novela sin concesiones, una novela de iniciación a la crueldad. Y no se equivocan. La historia del pequeño Daniel y su familia imagino que es la historia de decenas de familias en todo el mundo, una historia plagada de actos violentos, de miedos continuos y de una ausencia total de libertad —si esa libertad consiste en no resignarse, en el «derecho a decir a los demás lo que no quieren oír», en palabras de George Orwell—.

Parra retrata fielmente un paisaje de injusticias, asesinatos y violaciones. Y digo fielmente porque me creo aquello que leo, siento cómo el corazón se me encoge al ser testigo de las falsas esperanzas que el niño Daniel alberga sobre el mundo. Daniel quiere jugar como cualquier otro crío, quiere vivir la experiencia de ese primer amor infantil, quiere que su padre y su madre se sientan orgullosos de él. Pero en un clima donde la violencia es el pan nuestro de cada día resulta harto complicado que el joven pueda prosperar, pues es un ser inocente que no ve el mal que aqueja a la sociedad en la que vive, una sociedad cruel repleta de hombres borrachos, niños abusadores y personas que prefieren mirar hacia otro lado.

De la novela destaca su estructura y su lenguaje. Parra conforma la novela de una forma fragmentaria, dando saltos en el tiempo para explicarnos los orígenes de los padres de Daniel. Este recorrido sirve para hacernos ver que esa atmósfera de agresión que ve Daniel es una constante y que los instintos primarios del ser humano no cambian. A Richard Parra habrá que seguirle la pista.

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