Historias de violencia y arrepentimiento, de vida (reseña)

Existe una literatura cuyo principal objetivo es desentrañar las miserias y rencores del ser humano. Su lectura no es balsámica, ni tiene efectos purificantes, más bien todo lo contrario. Suele ser una lectura incómoda por su crudeza, hasta el punto de herir ciertas sensibilidades. No obstante, es una literatura con un alto grado de sinceridad, una literatura que no se corta, sin tapujos. Quizá sea eso lo que tanto me atraiga.

Esperaba como agua de mayo adentrarme en ese universo sumido en la tristeza y la locura del alma humana que Alan Heathcock ha sabido plasmar a través de una serie de relatos que sitúa en una claustrofóbica región de esa América que muy pocos se atreve a conocer, una América mucho más real de lo que imaginamos, una América violenta e incongruente, injusta y asfixiante. «No hay glamour aquí, no hay esa angustia o frivolidad contemporánea», escribía mi admirado Donald Ray Pollock sobre Volt, libro de relatos que gracias a Dirty Works tenemos la oportunidad de "enloquecer". 

Como en muchas de esas historias plagadas de anti-héroes o seres anónimos de vidas truncadas, en Volt la mayoría de sus personajes son seres perdidos, confusos. Muchos de ellos no comprenden el por qué de tanto sufrimiento, el por qué de la violencia y la podredumbre que asola su día a día. Un padre que solicita la ayuda de su hijo para deshacerse de un cadáver, una sheriff que decide actuar fuera del terreno de lo legal contra el asesino de una niña para así “hacer justicia”, un granjero que se culpa de la muerte de su hijo y que decide huir sin rumbo fijo... 

Gran parte de las historias son, en cierto modo, historias de supervivencia. Al igual que las obras de Pollock o de otros autores como Denis Johnson, Heathcock nos permite ver cuán descorazonadora puede ser la vida. Y ello no significa que todo sea fruto del horror, pues también hay cierta compasión y ternura en estas historias. Uno es capaz de comprender gran parte de los actos de estos personajes desolados y eso, la verdad, resulta hasta cierto punto acongojante. No obstante, no le impide a uno seguir leyendo esa prosa despojada de todo artificio, dura pero absorbente. 

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