Un pasado doloroso, un país de esperanzas truncadas (reseña)

Cuando se habla de un género como el cómic o libro ilustrado se tiende a pensar en historias divertidas, entretenidas, con grandes dosis de acción o un tanto canallas. No obstante, el cómic es un medio como otro cualquiera para compartir experiencias por crudas que estas sean. El dibujo permite, en cierto sentido, acercar mensajes bastante más complejos y que muy probablemente pasarían desapercibidos o a los que no nos acercaríamos a priori por no querer sufrir más de lo debido. Y es que hay quienes opinan que la literatura únicamente debe servir como un vehículo para la distracción, lo cual es lícito. No seré yo quien abogue por una literatura mortuoria o demasiado sesuda que llegue incluso a aburrir, nada más lejos. Sin embargo, sí creo que la literatura de compromiso, en la literatura reflexiva y que inste a nuestras neuronas a pensar detenidamente en los cambios que sufre y provoca la propia condición humana.

El cómic puede ejercer ese papel introspectivo —de hecho ya lo hace— logrando que muchos de nosotros nos acerquemos a historias sobrias, nostálgicas y sensibles, de una gran carga emocional, como la que proponen Brigitte Findakly y Lewis Trondheim en Las amapolas de Irak (Astiberri). Este libro nos sumerge en territorio tan difícil de entender hoy en día como el Mosul de los años 60. 

El historietista francés Laurent Chabosy, más conocido como Lewis Trondheim, retrata la infancia de su mujer, la colorista de cómic Brigitte Findakly, una infancia en apariencia normal como la de cualquier niño, donde todo es inocencia, libertad e imaginación. Pero, por desgracia, ese espacio paradisíaco, en el que todo es verdadero o falso, bueno o malo, blanco o negro, pronto se torna gris, impregnado de dudas y matices que no terminamos de comprender del todo, como queda reflejado en esta historia en la que existen momentos de gran angustia, ya que de esa tierna niñez en una ciudad y un país aparentemente tranquilo y con una gran riqueza histórica y patrimonial, se pasa a los golpes de Estado y dictaduras militares de la década de los 60 que finalmente, años más tarde, abocaron a la llegada de Sadam Huseín —el resto de la historia más reciente de Irak imagino que la conocen—. 

Trondheim y Findakly reflejan muy bien ese cambio brusco, esa serie de actos aberrantes que provocaron la salida del país de la familia de Findakly —de padre iraquí y madre francesa—. Asimismo, describen los cambios que poco a poco se sucedieron en la sociedad iraquí, mucho más abierta y amable, más confiada y risueña hace 50 años de lo que es ahora. Ese cambio en la vida cotidiana, con un aumento considerable de las privaciones sociales y de libertad de expresión, esa represión y confusión, es algo que demuestra el grado de estulticia e incongruencia que el ser humano es capaz de demostrar por el radicalismo y fanatismo. Es esta una obra impregnada de recuerdos dolorosos y esperanzas truncadas, una historia que muestra el declive de un país y sus gentes, un relato de supervivencia y también de ausencias. 

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