480 recuerdos de Perec, autor genial donde los haya (reseña)

Me acuerdo de mi primer encuentro con la literatura de Georges Perec. Me acuerdo que fue durante un trayecto en tren. Me acuerdo del impacto que supuso para mí leer que, para él, la escritura le protegía. Me acuerdo, también, que solía decir que no estaba lejos de creer que la escritura y la vida podrían confundirse por completo. Me acuerdo de estas y otras palabras siempre que necesito volver a creer en el verdadero poder de la literatura. Me acuerdo de la sensación de convertirme de nuevo en un niño inocente ante la destreza y originalidad de su obra. Me acuerdo de Perec muchas, muchas veces.

Es Perec, quizá, uno de los autores más inverosímiles que existen en la narrativa reciente. Inverosímil por su excentricidad, que en realidad tiene más de genialidad que de otra cosa. No soy el único que ha visto en la obra del autor francés algo genuino. No es de extrañar, por tanto, que cada nueva publicación se celebre entre vítores. Algo así ha sucedido —al menos, a mí me ha sucedido— con la reciente aparición de su Me acuerdo, texto mítico que Impedimenta nos ofrece ahora con una nueva (?) traducción de Mercedes Cebrián.

¿Por qué este libro es tan peculiar? De nuevo juega aquí un papel primordial la personalidad de Perec, su singularidad, que se ve reflejada a través de 480 frases o fragmentos, 480 recuerdos y pensamientos que comienzan, todos ellos, con ese ya inolvidable «Me acuerdo...». Como si fueran simples comentarios o acotaciones, Perec realiza un viaje introspectivo, un viaje por su memoria, su pasado. Esos recuerdos confeccionan una especie de mapa geográfico, ese por el que su vida transcurre y que comparte creando al mismo tiempo una especie de representación colectiva de su época.

Este es un libro de alusiones y curiosidades, de anécdotas que poco a poco nos descubren el lado más íntimo, por lo privado en muchas ocasiones, de un autor que siempre buscó darle una vuelta de tuerca al lenguaje, así como imaginar algo nuevo a través de cada palabra. Perec habla de cine, películas y actores que rememora, libros que leyó y con los que disfrutó, pasajes históricos que le extrañaron o le provocaron alguna que otra reflexión. También menciona lugares, cines, boulevares, cafés... ¡Incluso se atreve a versar sobre moda! Lo que sorprende de este claro ejemplo de plasmación de lo cotidiano es, precisamente, la riqueza de muchos de sus pensamientos.

Como a la mayoría de nosotros, esta vuelta a la infancia, a esa época de inocencia, conmueve por ese sentimiento nostálgico en el que se desprende ese afán curioso que siempre caracterizó a Perec. Todas esas vivencias, que recuerda y comparte, son de algún modo un ejercicio de recuperación de ese mundo perdido en el que nos sentimos protegidos. En definitiva, todas estas anotaciones, que en apariencia no nos dicen gran cosa, son, creo yo, un reclamo, una llamada de atención sobre la fugacidad de la vida. Y todo ello a través de la palabra, que recuerden, siempre tiene algo de misterio. 

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