Introspectivo viaje al pasado y presente de Lagos, Nigeria (reseña)


No pocas veces uno llega a sentirse desubicado, desplazado de su propia existencia. Es una sensación compleja la de la no pertenencia, ese sentimiento apátrida no solo físico sino más bien espiritual. Saberse extraño en tu propia vida es un síntoma de irrealidad, casi de ensoñación, resulta insólito y también, por qué no decirlo, terrorífico. 

Si entendemos la vida como un viaje o periplo, debemos tener bien claro que existen y existirán pruebas que superar, hitos que alcanzar. Uno de ellos, quizá de los más importantes, es sentirse realizado y tener la certeza de que somos experiencia y memoria. Para alcanzar esa meta, suele ser esencial conocerse a uno mismo, por más que algunos piensen que esto es una quimera imposible de realizar; y para conocerse a uno mismo, queramos o no reconocerlo, nuestro pasado juega un papel determinante, como creo que queda perfectamente reflejado en la literatura de Teju Cole

El autor estadounidense de origen nigeriano ya invitaba al lector en su primera novela Ciudad abierta (Acantilado) a acompañarle por la ciudad de Nueva York y también por las dudas  existenciales de su protagonista, un psiquiatra que se siente extraño en cualquier lugar. Ahora, en Cada día es del ladrón, en vez de deambular por la Gran Manzana nos trasladamos a su Nigeria natal, a Lagos, y el retrato que ofrece es tan emocional que resulta imposible permanecer impasible.

Como hiciera Sebald a través de su obra literaria, Cole y su personaje principal viajan para meditar sobre los secretos, pasiones y miedos, para rendir cuenta de su identidad y para reflexionar sobre la propia contemporaneidad. Todo ello impregnado de cierta nostalgia, pues en esta su segunda novela asistimos a la evocación de un mundo perdido, el de su infancia y adolescencia. Teju Cole recuerda y lamenta esos días, sus vivencias. Y digo que lamenta porque, como sabemos, es imposible reponer la inocencia o el desconocimiento de los años de nuestra niñez. 

El personaje de Cada día es del ladrón, ese joven médico que retorna a sus orígenes en su periodo vacacional, vive una constante paradoja, esa dualidad fruto del amor y el odio. Amor por ese pasado edulcorado, enaltecido por su memoria, y odio por un presente que no reconoce y que se ha visto marcado por la incongruencia de la globalización. Teju Cole relata la corrupción extrema —y a pie de calle— que se vive en Nigeria. Relata, también, la desmesurada diferencia de clases, que irremediablemente conduce a la codicia y la miseria. En otras palabras, el escritor nos ofrece un sentido análisis de un país que teme pueda quebrarse, un país que ansía pueda tener un futuro mejor, pues ahora es, simple y llanamente, impredecible. De alguna forma, asistimos a una lucha interna, un combate entre Lagos y él mismo. Quedarse o no. Rehuir de su pasado o no. 

La narrativa de Teju Cole me conmueve una vez más. 

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