El desamparo existencial y legal de los niños migrantes (reseña)

Todos, sin excepción, realizamos cada día un brutal ejercicio de desmemoria o, más bien, un premeditado y brutal ejercicio de desmemoria. Todos sufrimos amnesia, una amnesia ansiada, provocada. Esto es así porque preferimos olvidar u obviar aquello que nos provoque malestar o creamos que no nos compete. Somos, la mayoría, seres alimentados por el individualismo exacerbado, egoístas insensatos e insensibles en un mundo cruel y despiadado que nos ha demostrado y sigue demostrando que la justicia moral no existe. Somos, la mayoría, seres que aceptamos esas condiciones de vida indecentes. Y así nos va.

¿Debo preocuparme por las miserias que sufren los demás? ¿Debo interesarme por las penas y atropellos que tienen lugar a miles de kilómetros de donde vivo? ¿Debo sentirme culpable por mostrar mi indiferencia? Los dilemas de la conciencia son, siempre lo han sido, harto complicados. No es fácil, ya que nos hemos encargado de construir un mundo ininteligible, cada vez más solipsista. La mayoría de nosotros estamos en el mundo sin intervenir en él y eso, a la larga, hace mella.

¿Qué pueden importarme a mí los niños de Centroamérica que arriesgan sus vidas para entrar en los Estados Unidos? ¿Qué pueden importarme a mí los refugiados? Estas no son preguntas que debiéramos eludir o enmascarar, porque aunque muchos sigan empecinados en creerse amos y dueños del mundo, todos y cada uno de nosotros tenemos un derecho fundamental, el derecho a la vida. Negar eso es fomentar no solo la barbarie sino la sinrazón que irremediablemente conduce al caos. Si negamos nuestra propia existencia, ¿qué nos queda? ¿En qué nos convertimos?

Valeria Luiselli vuelve a dejarme atónito con este breve ensayo titulado Los niños perdidos. Un ensayo en cuarenta preguntas (Sexto Piso), por el modo en que reflexiona sobre la migración hacia el «país de las oportunidades» que protagonizan esos niños de Honduras, de Guatemala, de El Salvador, del propio México, que huyen de la violencia y la pobreza. Es imposible no sentir rabia ante el abuso que sufren, su desconcierto y lo que creo más importante, el modo con el que se les arrebata de cuajo su inocencia. 

Luiselli relata su propia experiencia como traductora para la defensa de niños migrantes en la corte migratoria de Nueva York, y en sus palabras uno siente las puñaladas que provoca la desesperanza y la inmoralidad de un sistema legal que en lugar de proteger y auxiliar a los más débiles parece empecinado en aumentar la línea de la desigualdad social. Luiselli describe a la perfección la hipocresía del mundo, la falta de sensibilidad, y desenmascara de algún modo ese «teatro de la pertenencia» al profundizar en aspectos como la identidad nacional y el sentimiento (ausente) de comunidad. A través de las cuarenta preguntas que esos niños en busca de una vida mejor deben responder, la mexicana hilvana un texto del que es imposible desentenderte. 

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