Un diálogo espiritual sobre la incongruencia del mundo (reseña)

Que la literatura africana —y más concretamente la subsahariana— está viviendo una de sus mejores épocas en estos inicios del siglo XXI lo demuestra el hecho de que cada vez son más las editoriales que apuestan por el talento de los autores de ese continente, cuna de autores universales como Wole Soyinka, Ngugi wa Thiong’o, Nadine Gordimer, J. M. Coetzee o Chinua Achebe. La aparición de Chimamanda Ngozi Adichie o Teju Cole, ambos fenómenos editoriales, y también sociales, en todo el mundo, dan buena fe de ello.

A estos nombres ya citados, debemos sumarles los de Helen Oyemeyi, Ayòbámi Adébáyò, Fiston Mwanza Mujila y más recientemente el de Kopano Matlwa, entre otros muchos. Autores jóvenes que han dado un nuevo giro a la literatura africana y que nos trasladan a espacios físicos y emocionales que conmueven por su crudeza y por el anhelo de una vida sin injusticias morales y sin violencia.

Kopano Matlwa es la autora de Florescencia (Alpha Decay), una obra que apenas supera las cien páginas, ciento veintiocho para ser exactos, las necesarias para relatarnos la historia de una joven doctora y su lucha interna por intentar entender la barbarie del mundo en el que vive. Masechaba, que así es como se llama la protagonista —y una posible alter ego de la propia Matlwa—, relata en su diario personal sus vivencias y preocupaciones, desnuda su alma buscando, a través de las páginas, encontrar un consuelo que nunca llega. Criada en la fe católica, esa relación intrínseca con Dios varía a lo largo de un relato en el que se introducen temas de absoluta actualidad, como la xenofobia en todas sus vertientes. Así, la joven médico, que trabaja en un hospital público con multitud de carencias, pasa de ser una idealista a una indignada de primer orden, lo cual le conllevará únicamente la desgracia, una desgracia brutal que, no obstante, le brindará una nueva oportunidad, una nueva ilusión por la que desear vivir más allá de todo odio irracional o racional. 

Matlwa nos presenta desde el primer momento a una mujer profesional pero muy humana, esto es, una mujer con sus delitos y faltas que reconoce en más de una ocasión no soportar a los enfermos, una mujer cansada, hastiada por momentos, y también inocente. Masechaba no cree en ciertos males, como ese odio al extranjero que poco a poco se cierne sobre su propio entorno. Su mundo idílico (o casi) se derrumba por momentos y cuando intenta «hacer el bien» recibe un cruel castigo que le quebrará por dentro hasta el punto de cuestionar su fe y su propia identidad. Masechaba, una mujer modelo en apariencia, es brutalmente violada y ella se pregunta, le pregunta a su Dios misericordioso, por qué; qué ha hecho para ser víctima de un acto tan atroz. Es entonces, en ese toma y daca con el Todopoderoso, cuando se nos encoge el corazón al darnos cuenta de cuán cruenta e injusta puede ser la vida. Nadie está exento de la barbarie, nadie. Y, sin embargo, esas fracturas pueden llegar a sanar incomprensiblemente con la llegada de una nueva vida. Del horror puede surgir el amor. 

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