Viajes, pensamientos varios y... partidas de ajedrez (reseña)

A través de mis lecturas, además del propio gozo que supone para mí el acto de leer, busco sumar conocimientos, aprender. A muchos puede que les resulte una tontería, pero para mí, cada lectura es aprendizaje. Muchas de ellas me han permitido ahondar en numerosos aspectos de la vida cotidiana, bien reflexionando sobre ellos o, simplemente, fijándome en sus particularidades. Si además de esto, esas lecturas resultan una invitación a descubrir otras muchas, mejor que mejor. ¿Por qué digo o hago hincapié en ello? Básicamente, porque cada libro de Vicente Valero es, para mí, un ejercicio de exploración. ¿Y qué busco o qué encuentro en ellos? Esa respuesta ya es mucho más compleja de elaborar porque entran en juego diferentes matices, muchos de ellos de carácter abstracto. Sin embargo, sí puedo aventurarme y decir que cada libro de Vicente Valero me transmite una necesidad por ampliar mis estudios filosóficos, poéticos e, incluso, espirituales. Es tal la cantidad de saberes que impregna cada página, que uno a veces queda asombrado ante tal destreza. Es así.

En Duelo de alfiles (Periférica), el poeta y escritor ibicenco presenta una serie de episodios biográficos —o quizá autobiográficos, quién sabe— en los que el narrador relata algunos de sus viajes por el viejo continente, viajes de distinta naturaleza pero que confluyeron, todos ellos, en una búsqueda. ¿Una búsqueda de qué o de quién? De autores que forman parte de su particular universo literario, autores que le marcaron y siguen inspirando, como Walter Benjamin, Friedich Nietzsche, Rainer Maria Rilke, Franz Kafka o Bertolt Brecht

Estas estampas o pequeñas confesiones que realiza este narrador —o Valero— nos permiten viajar con él a lugares recónditos como, por ejemplo, la pequeña ciudad danesa de Svendborg, situada en la isla de Fionia, donde Brecht tenía una casa y a donde, invitado por éste, acudió Benjamin tras su estancia en Ibiza. También viajamos a Turín, a Augsburgo y Munich o a la región suiza de Berg am Irchel, y a lo largo de ese periplo repleto de anécdotas y reflexiones en torno a algunas de las obras o acontecimientos que marcaron la vida de estos pensadores, filósofos, dramaturgos o novelistas, hay un detalle que ejerce de nexo entre todas las historias: el ajedrez. Este deporte, presente y de forma manifiesta en otras obras de Valero, es una parte fundamental de estas narraciones, pues en todas ellas existe una partida —o varias— que ejemplifican de algún modo el estilo sutil del autor, esa prosa delicada, minuciosa y muy precisa, marca de la casa.

Vicente Valero es un esteta del lenguaje, y cada uno de estos relatos lo demuestra. Asimismo, y como decía al principio, cada texto está impregnado de conocimientos elevados, fuentes bibliográficas, instantes reveladores, descripciones tangibles a la par que ilusorias, escenas de gran belleza mezcladas con momentos de hondo pesar, pasión y razón, vida. La narrativa de Valero es enigmática, sosegada, placentera. Uno siempre quiere más. 

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