PENSAR

Pensar hoy día es de inconscientes. La gente es más feliz sin hacerlo. Pensar conlleva preocupaciones, inquietudes, interrogantes, darse uno cuenta de la realidad que le rodea. Y esto, hoy día, es una inconsciencia. No queremos pensar porque no queremos saber. Quizás parezca esto el epitafio de un pesimista como Schopenhauer, pero es que HE PENSADO.
Recuerdo un fragmento de la gran Annie Hall, de mi querido Woody Allen, en la que Alvy (el personaje de Allen) se pregunta porqué Annie (Diane Keaton) quiere romper la relación que ambos mantienen. No sabe qué contestarse a sí mismo, así que aborda a diversos personajes que callejean por Nueva York. Primero pregunta a una anciana si tiene él la culpa; ella contesta que no, que el amor viene y va. Al cabo de unos segundos se dirige a un hombre y le pregunta si mientras están en la cama, su mujer necesita de estimulantes tipo marihuana; él contesta que simplemente utilizan un huevo grande que vibra. Por último, vemos cómo Alvy trastornado por el último encuentro, se lanza hacia una pareja joven y...

Alvy:
Parecen ustedes una pareja feliz. ¿Lo son?Mujer: Sí.
Alvy:
Sí. ¿Y cómo se lo explica usted?Mujer: Oh, soy muy superficial y vacía, no tengo ideas ni nada interesante que decir.Hombre: Y yo exactamente igual.Alvy: Bueno, ya veo, muy interesante. Así que han llegado a un entendimiento, ¿eh?Hombre: Eso es.Mujer: Sí.
Dicen que ser ignorante es ser feliz. Yo en esto tengo mis dudas, es más me niego a creerlo. Aunque reconozco que en muchas ocasiones preferiría preocuparme por tener el último modelo de teléfono móvil multimedia con rayos X y espectrógrafo del mercado (todo en uno). Nadie dijo que la felicidad fuera algo que uno pudiera simplemente conseguir con dar dos cabezazos a una pared.
La felicidad plena, ¡oh!, no existe para muchos. Ni plena ni no plena. Tomemos a un alemán decimonónico con cara de pocos amigos, o sea, Schopenhauer. Según Arthur (me tomo el privilegio de tutearlo al estar entre amigos), hay solo un error innato: creer que estamos aquí para ser felices. Me encanta. Y no digo que me encante por lo dicho, más bien, por tener el valor de decirlo e incluso, más aún, de simplemente pensarlo.
Recuerdo vivamente mi primer encuentro con Schopenhauer. Iba paseando por Barcelona (con mi hermana si no recuerdo mal), y nos adentramos en una librería que tenía aspecto de librería, con sus estanterías, sus libros mal colocados, su polvo correspondiente, su librero ensimismado en su lectura, un poco de jazz de fondo... En fin, una librería que te invita a entrar y perderte durante toda una tarde del mes de Julio, en donde el reloj no es bien recibido (al menos hasta que el dependiente quiera marcharse a casa para dormir); la imaginación vuele e incluso te colapse por deleitarte con tantas posibilidades sugeridas en cada libro; las miradas se encuentren con nombres ilustres o con nombres desconocidos que bramen incitándote a saber más de ellos, a descubrirlos; las luces tenues invadiendo cada minúsculo espacio, exceptuando aquellos rincones quejumbrosos y cascarrabias que no quieren compartir su espacio con el resto... Una grata experiencia y que en su momento me otorgó felicidad, aunque suene esto a paradoja, al hablar de mi primer encuentro con Arthur. Pues bien, allí estaba yo, impaciente por buscar algo que no sabía que quería, es más, ni tan siquiera sabía qué buscar y, de repente, ¡Zassss!, me topeto con un título que me roba una pequeña sonrisa y me inquieta a la vez (es increíble la capacidad del ser humano por hacer estas cosas), y digo que me topeto con un título porque para mí un libro no es un libro hasta que no lo he leído. Un libro no leído es igual a muchas hojas llenas de sílabas, párrafos y un título. El famoso título en cuestión, que aparecía en un color anaranjado, era...

Título:
El Arte de InsultarAutor: Arthur Schopenhauer

Debo decir que para un estudiante de veinte años despistado(en aquél entonces), esta lectura puede resultar un tanto compleja, en el sentido de no saber muy bien qué pensar de ella. El Arte de Insultar te ofrece varias lecturas y lo hace según sea el lector un descerebrado o un tipo con sentido del humor. En mi caso, me reí muchísimo. Lo hice porque poseía una agudeza polémica y una mordacidad sarcástica. Se burla prácticamente de todo, usa sin escrúpulos insultos de toda índole, términos desdeñosos, dirige injurias contra cualquier tipo de personas (y en diversas ocasiones con nombres propios), se erige como máximo estandarte de los improperios y maldice todo y a todos. Fíjense hasta qué punto es cruel que desprecia la “barba”. Según Arthur, es algo obsceno, connatural al hombre y que no es propia de un hombre civilizado (por esa razón, añade también, le gusta tanto a las mujeres). Yo llevo barba. Reconozco que al leer este ataque feroz contra los vellos faciales, me enoje un pelín, pero lo que me pude llegar a reír. El porqué de tanta risa es sencillo: no podía creer que un filósofo de la talla de Schopenhauer, pudiera escribir sobre estas cosas. Con esto no quiero decir que fuera una pérdida de tiempo. Para Schopenhauer fue (al menos lo supongo) importante escribir sobre todo aquello que le producía “grima”. Yo me levanto el sombrero, le pongo un diez y me lo llevo de copas por el mero hecho de haberse atrevido a ello. Hoy día son pocos los que verdaderamente dicen lo que piensan. Volochinov dijo una vez que no hablamos más que entre comillas.

Comentarios

Pensando en lo que has escrito, (que mal comienzo para lo que sigue a continuación), te quiero decir que si la ignorancia para muchos no es la felicidad absoluta, te diré que si no lo es, quizás sea lo más aproximado a ella que existe. No pensar… esto es imposible, mejor dicho, no pensar en temas complejos, sí se aproxima a la felicidad absoluta, a la felicidad que los que piensan, creen que es el culmen del bienestar. Es imposible hasta en las mentes más simples no pensar en algo, las necesidades biológicas hacen desarrollar el pensamiento, está vez mezclada con sensaciones instintivas. Al pensamiento, por desgracia, se le ha vilipendiado hasta la zafiedad. Han transcurrido momentos en la historia o momentos en la vida de uno mismo, que se ha vilipendiado a las personas que utilizan el segundo órgano favorito de Woody de una manera ceñuda. El pensamiento ha sido además catalogado con diferentes etiquetas, como si al enumerar las distintas formas de pensamiento se pudiera valorar la eficiencia o el valor de los mismos. Pensamiento deductivo, inductivo, analítico, de síntesis, crítico, creativo, sistémico…señores todo es pensamiento, ¿por que esa necesidad de catalogar todo lo que existe o lo que existe en la inexistencia?
Nuestro amigo Schopenhauer,( me encanta su misantropía y su animadversión hacia Hegel), al mentar la fatídica máxima de Aristóteles, el objetivo del hombre es ser feliz y la felicidad es el desarrollo de las virtudes, en especial la razón,(la sabiduridaaaaa en definitiva), y acusarla de error garrafal, en lo que estoy de acuerdo, no hace sino recalcar que es el pensamiento el que produce la infelicidad, (la creencia no es más que un proceso mental,(pensar), para satisfacer nuestro eterno apetito intelectual, la duda e incertidumbre de las cosas, que queramos o no, es consustancial con el ser humano). Así pues, le doy una vez más la razón a nuestro gurú Woody, pensar nos aleja de la felicidad, hay que ser completamente idiota, no ignorante, idiota con mayúsculas, para desarrollar una vida plana… y feliz. La negación es una medida de defensa, negar lo evidente es un mecanismo para salvaguardar nuestra lucidez del sufrimiento. Y recordar que la felicidad la desea y la describe quien es infeliz, sin infelicidad no hay felicidad, el eterno Yin y Yang, los que consideramos felices no se plantean si lo son o no, no les importa, más duro que eso, esa pregunta ni tan siquiera se les aparece por la masa blanda de unos 1300 gramos que tienen entre las orejas, no lo saben, sencillamente… son felices.
Inés ha dicho que…
Sería muy cómodo y reconfortante vivir feliz, sin preocupaciones, acomodarse al mundo y no preguntarse nada acerca de el ni de nosotros mismos, simplemente aceptarlo y no pensar.
Creo que las personas ignorantes son felices ya que no se preocupan por nada y en el mundo en el que vivimos, y sé que me creeis, es mejor no hacerlo porque puedes acabar con las reservas de Prozac del planeta, de cualquier modo, prefiero no serlo, yo soy feliz con la complejidad (y no tomo Prozac) simplemente cuando me canso de todo...apago la luz y aunque mi mente sigue buscando y buscando y es imposible ponerla en pause ||, intento buscar en ese momento algo que me haga feliz.

Debería buscarme un psiquiatra urgentemente (como Woody)
Eric GC ha dicho que…
Pan Paniscus, me mola tu rollo. Sin embargo, tengo mis dudas en torno a un tema que has mencionado. Todos tenemos 1300 gramos de masa cerebral??? Quieres decir que ese peso no puede ser de mucosidad morbida creada por el cúmulo de chorradas que nos tragamos a lo largo de nuestras vidas? Reflexionem-hi, si us plau, reflexionem-hi.

Inés, has probado con el STOP? A veces, según me dijeron en un simposio sobre ornitología que realicé en las Islas Sandwich del Sur, los seres humanos tienden a creer que valen para algo en esta vida como bailarines del Ballet Nacional Ruso. Y no es así. El mundo es complejo porque lo hemos creado así y porque necesitan que siga así. Además, y parafraseando a Groucho Marx: "El prozac no da la felicidad, pero consigue una muy buena imitación". Todo esto es broma, por si no te habías percatado. Lo complejo es interesante justo por ser complejo. Nos intriga todo aquello que resulta ser un misterio o un código que descifrar. Si no lo hacemos más a menudo es porque somos perezosos. La vida, en definitiva, es ANSÍN.

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