La quijotesca actitud de Jonathan Franzen (reseña literaria)

El “fenómeno Franzen”, si se le puede llamar así a la enorme repercusión mediática que ha acumulado en los últimos dos años el escritor norteamericano Jonathan Franzen, me ha llevado a realizar un buen número de lecturas de artículos, reseñas, críticas, debates... sobre su obra, sobre sus magníficas dotes analíticas, sobre su sutil crítica, sobre el devenir de la novela norteamericana y un larguísimo etcétera. No diré que me llegara a obsesionar pero, en cierta forma, me enganché a este narrador, en parte por esa estudiada promoción de su última obra Libertad. Así, en un viaje fugaz por la ciudad Condal, y tras realizar aquello que tan ensimismado me deja, como es escrutar las estanterías de las librerías, me topé con un texto corto de Franzen publicado en una colección un tanto singular de Seix Barral. La obrita en cuestión --y digo obrita porque es una brevísima historia que apareció previamente en The New Yorker y The Guardian--, inédita hasta hace relativamente poco tiempo, es un ensayo sobre la infancia en primera persona.
En Zona templada, que así se llama este texto, Jonathan Franzen nos desvela parte de un fragmento de su niñez El ahora célebre escritor comprendió, a la edad de diez años, que ese mundo doméstico en el que vivía, ese ambiente familiar donde, en teoría él estaba protegido de cualquier mal, no era un lugar precisamente idílico, no era lo que esperaba. En pocas palabras, se decepcionó. El pequeño Franzen se dio cuenta de la realidad que le envolvía y que estaba marcada por unos tiempos turbulentos. Para intentar sobrellevar esa frágil situación, el ganador del National Book Award se refugió en las tiras cómicas de Charles Schulz, el creador de Snoopy, Charlie Brown y su pandilla. La lectura de la conocida tira cómica Peanuts le ayudó. “Yo quería vivir en un mundo de Peanuts donde la cólera era divertida y la inseguridad digna de amarse... Yo no lo sabía, pero había estallado una epidemia en todo el país”, confiesa el propio Franzen en esta reflexión.
La lectura de este texto deja entrever una actitud soñadora e inocente. Una actitud que recuerda, tal y como Gustavo Martín Garzo remarca en el prólogo de esta edición, a ese Alonso Quijano entregado a la lectura compulsiva de novelas de caballerías. El Quijote quería transformar su vida, el Franzen niño también. Para ambos, la literatura fue su salvación. Leer este relato deja un buen sabor de boca por la sinceridad con que Jonathan Franzen comparte sus preocupaciones.

Comentarios

Esther ha dicho que…
Zona templada? Uhmmm parece interesante el librito, me intriga por los comentarios que has escrito, y parece rápido de leer. Hay que echarle el guante!

Se te echa de menos, compañero Eric! :)
Eric GC ha dicho que…
No ando muy fino últimamente. Ya se pasará la morriña!

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