Historias de soledad, deseos y desengaños (reseña literaria)

No tengo la certeza de si fue Aristóteles quien dijo que el temperamento melancólico era propio de personas inteligentes. Quizá porque la melancolía, que no necesariamente se traduce en tristeza o depresión, conlleva un profundo estado reflexivo de las cosas; y porque aquellas personas con mayores preocupaciones intelectuales suelen preguntarse sobre los mecanismos y engranajes que conforman nuestra propia condición, sumiéndose en un estado meditativo que necesita de toda nuestra materia gris. Por otro lado, también podría pensarse que la ignorancia impide sentir añoranza o pesadumbre, puesto que dificulta el hecho de ser consciente del papel que interpretamos en el día a día, llevando al ignorante a un estado de apatía donde los sentimientos perecen, se extinguen, creando así seres que hacen de la indiferencia su modus vivendi.  
James Salter, quien parece vivir una segunda juventud en el mundo editorial gozando de una popularidad que dudo mucho imaginara, es un autor poderoso, inteligente, carnal y melancólico. Tras leer La última noche (Salamandra), conjunto de diez relatos, uno es capaz de dilucidar que la escritura de Salter es una escritura de la interioridad, una escritura fundada sobre nostalgia que recrea espacios personales en los que existe el deseo y la seducción, pero también la pérdida y la vergüenza. 
El escritor estadounidense impregna sus pasajes de tentaciones, de ocasiones perdidas y complejas relaciones en las que se asoma un inquietante erotismo. De los diez cuentos que comprenden esta obra existen algunos que te sacuden, bien sea por su aparente sencillez o por esa delicadeza ruda que ha caracterizado su prosa. Por ejemplo, leo abrumado: "Su rostro adquiría un tono de cansancio cuando bebía, un cansancio que conocía todas las respuestas"; o esto otro: "Le costaba tirar cosas y había prendas para cada ocasión, aunque posiblemente la ocasión había pasado ya". Detalles de soledad y desengaños, historias de amor que se abstienen de cualquier romanticismo idílico. 
Y no contento con ello, para demostrarnos que estamos ante un maestro de maestros, James Salter regala al lector en su último relato --que da título a este volumen-- una auténtica joya, una historia sobre la muerte y el sacrificio, la pena y el consuelo, la intimidad y el éxtasis, la madurez y la envidiosa juventud. Todo en Salter resulta elocuente, despojado de trivialidades, necesario. 

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