El arte en cada momento. Breve reflexón en torno a las anotaciones póstumas de Friedich Nietzsche

Hay que saber aprender. Eso pensaba Friedich Nietzsche y reconozco que no es tarea fácil, mas no imposible. Volver al filósofo alemán, ese pensador complejo e incendiario, hasta cierto punto enigmático y sobre todo estimulante, resulta necesario si uno desea continuar su formación intelectual e, incluso, espiritual. Nietzsche siempre le ofrece al lector líneas que explorar, conocimientos que están íntimamente ligados a la propia vida. 
En algunas de sus anotaciones y escritos que se publicaron tras su muerte, encontré esta cita: "El arte descansa en la imprecisión de la visión". ¿Quiere decir que el arte es arte por ser algo difuso, porque en realidad no somos conscientes de aquello que vemos? Siendo así, podría pensarse que todo arte es falso, carente de sentido y significado. No obstante, no es eso lo que Nietzsche pensaba. El filósofo de la sospecha de poblado bigote era consciente de que todo cuanto vemos se identifica acto seguido mediante un concepto que previamente ha sido creado por el lenguaje; en otras palabras, todo es una metáfora, una construcción ideada por el ser humano. El arte no podría escapar de toda esa causalidad, pues no podemos concebirlo sin comprender precisamente esas metáforas, esa vaguedad. 
"El filósofo debe reconocer lo necesario y el artista debe crearlo", escribió. Para Nietzsche, dentro de toda esa "invención" --aquello que llamamos "realidad"--, el arte siempre "ocupa el lugar del mito en trance de desaparición"; es una "forma superior de vida". Es por ello que, cuando afirma que "el arte descansa en la imprecisión de la visión", realmente nos dice que no hay nada más humano. La propia esencia del arte, decía, es ser "función de la vida".
El arte, y por ende la cultura, simboliza nuestra propia existencia; es una huella, una herencia acumulada en la que participamos todos. Todas esas innumerables imágenes cambiantes, producidas por la fantasía o por el intento de responder a una realidad, suponen una ilusión que ha logrado cautivar a generaciones y generaciones de personas. Sin embargo, no todas gozan de la sensibilidad necesaria para poder apreciar ese despertar teórico e intuitivo que el artista sí considera y contempla a través de su obra. No debe sorprender, en este sentido, que al contemplar una pieza artística sintamos la evocación y estímulo de cierto instinto innato, una especie de experiencia estética que induce a creer en la belleza y en un resurgir intelectual. Por otro lado, no debemos olvidar que existe en el arte una satisfacción con la que no contábamos en última instancia: lo ilógico. El autor de Así habló Zaratustra era un férreo defensor de que vivimos y pensamos "en el no saber y en el saber erróneo". 
"Necesitamos el arte", incidía una vez más Friedich Nietzsche, allá por 1872. Tenía razón. Por eso seguimos absortos, maravillados, cuando vemos una escultura de Bernini o un retrato de Rembrandt o uno de esos inmaculados cuadros monocolor de Rothko. 
Finalmente, si el bienpensante teutón tenía razón y "para vivir tenemos necesidad del arte en cada momento", debemos seguir educando al ojo para saber aprender a reconocernos, aunque todo sea una mentira piadosa, una mentira gratuita, una ilusión, un acto humano.



Comentarios

Entradas populares