Una sociedad ciega, corrompida, arruinada (reseña literaria)

No voy a ser yo ahora el descubridor de Thomas Wolfe, tampoco su valedor. Soy, eso sí, un admirador confeso de su prosa, esa que lleva cautivando y sorprendiendo, por su belleza y capacidad de resquebrajar cualquier precepto, a generaciones y generaciones de escritores. No debiera extrañarnos que William Faulkner o Sinclair Lewis pensaran que él era el mejor de su generación. Existen pocos autores --o quisiera pensar así-- capaces de condensar tanta exasperación y pesadumbre de una forma tan elegante y directa, tan sensual y despojada de artificios. 
Dicen que fue un genio indisciplinado, impredecible. Dicen, también, que había en él una energía y un hambre insaciable por la vida. Murió a los 38 años. Pronto, demasiado pronto nos despojaron de su fuerza narrativa, de su voz vibrante y agudeza, esa que le permitió reflexionar sobre la cultura y las costumbres de su país. Wolfe fue un analista sofisticado y sensible de su época, lo demostró con creces a través de esa narrativa quasi poética, con tintes impresionistas y con un alto contenido autobiográfico, como queda reflejado en, por ejemplo, El niño perdido, pequeña obra maestra (en mi opinión) que tuve el placer de leer gracias a Periférica, "culpables" también de publicar otro título que ya me resulta imprescindible, como es Especulación
Resulta admirable, por no decir hasta cierto punto sorprendente, que este relato --que data de 1938-- goce de increíble actualidad. Thomas Wolfe sitúa la acción en julio de 1929 --la fecha es de vital importancia--. Un joven profesor retorna al pueblo donde nació. En la estación de ferrocarril le esperan su madre y su hermano. John, que así se llama el protagonista, se encuentra a su llegada con un mundo completamente distinto, un lugar que poco se asemeja al de su infancia. Los vecinos se han vuelto todos locos, pero su enajenación no es producto de alguna deficiencia psíquica, sino de algo que, a la postre, resulta mucho más mortífero y peligroso: la codicia.
La fiebre de la especulación, comprar, vender, los precios desorbitados, el afán por enriquecerse en el menor tiempo posible... Wolfe vuelve a describir de forma refinada un ambiente desolado, falto de ética, perdido. El alma humana es débil y se corrompe con facilidad. Somos, siempre lo hemos sido y lo seremos, seres que engañan y mienten, fantasmas furiosos, ebrios, que braman insensateces a causa de esa adoración al dinero. Destruimos sin necesidad, creamos ruina. Y Thomas Wolfe lo supo ver, y describir. Excepcional. 

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