La música como escudo protector del mundo real (reseña literaria)

María del Carmen Huerta es una adolescente, una niña mimada del Cali de principios de la década de los 70. A María del Carmen lo que más le gusta, aquello por lo que vive, es la música. Como tantos otros adolescentes, no se encuentra, no sabe qué lugar ocupa en el mundo, de ahí su atrevimiento, su modo osado de ver la vida. María del Carmen lo único que quiere es ir de rumba, experimentar. Ella es la Reina del Guaguancó. Este personaje tan errático y desvergonzado es obra de un autor que por desgracia engrosa el listado de autores que decidieron abandonar la vida por una vía rápida. Él era Andrés Caicedo, y murió quizás demasiado pronto a la edad de 25 años, el mismo día en que recibió el ejemplar de la que era y finalmente fue su primera novela que ahora Alfaguara ha rescatado, ¡Que viva la música!

A pesar de su juventud, de su teórica inexperiencia en el ámbito intelectual, sus cuentos y su única novela se consideran como una de las más originales de la literatura colombiana. Ciertamente, el monólogo de María del Carmen Huerta resulta original por cómo transmite esa actitud dulce y deslenguada propia de los jóvenes que necesitan mostrarse irreverentes. Caicedo plasma con maestría el habla de la calle, de la ciudad de Cali, de sus seres pubescentes y con ello reflexiona sobre los peligros de una generación que se vio inmersa en una especie de agujero negro. En esta novela se retrata el mundo de la noche, el mundo de la droga, sus peligros. Su protagonista desciende a ese averno, ella así lo quiere, necesita ir de fiesta en fiesta, necesita no ser consciente del mundo, necesita evadirse de una realidad que la asfixia. Y para ello, necesita la música, necesita ese éxtasis que le produce. María del Carmen Huerta se muestra tajante al definir la música como «cada uno de esos pedacitos que antes tuve en mí y los fui desprendiendo al azar». Y añade que es, «la solución a lo que yo no enfrento». Dicho de otro modo, para la protagonista de esta historia de iniciación, la música es su escudo protector, lo único en lo que puede confiar, lo único que le permite ser ella misma, un ser libre, sin ataduras. La música le permite ser lo que hace falta en el mundo y Caicedo logra transmitir al lector ese mundo que le quema, que nos quema.

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