Un brevísimo texto sobre la piedad y la culpa (reseña literaria)

¿Soy culpable de la muerte de Javier Ibarrategui? Eso parece querer responderse François Sureau a través de El camino de los difuntos (Periférica), una brevísima obra en la que describe su trabajo como jurista. A modo de relato cotidiano, el autor francés describe el trabajo que a principios de la década de los 80 desempeñaba para el Consejo de Estado galo como abogado. Su tarea en el gobierno era la de analizar peticiones de asilo político. Por él desfilaban multitud de fichas, algunas fáciles de solucionar, otras no tanto.

Al principio, este texto puede resultar anodino. Es en el último tercio del libro cuando uno experimenta cierta pesadumbre. La aparición en escena de Ibarrategui, un antiguo militante de ETA que llevaba una década completamente desligado de la "causa", refugiado en Francia, supone un giro de 180 grados. Contrario a algunas de las prácticas de la banda terrorista, Ibarrategui criticó duramente el asesinato en 1973 de Carrero Blanco. De hecho, fue autor de un texto, publicado de forma clandestina, en el que censuraba tal vil acción, lo que le conllevó duras críticas por parte de antiguos camaradas. Observamos, pues, a un hombre que se ha redimido, que quiere ser olvidado y vivir en paz, en Francia. ¿Será posible?

En 1980, Ibarrategui solicitaría el asilo en Francia, y Francia debía tomar una decisión harto complicada, puesto que España ya era una democracia y, en principio, no habría motivo alguno para que el antiguo etarra --durante la época del franquismo-- regresara. No obstante, Ibarrategui insiste, pide, por favor, que le concedan refugio, pues, según comenta, está convencido de su asesinato por los GAL si vuelve a España. ¿Será esta una treta para que le concedan la ayuda? ¿Es esto una artimaña, un pequeño chantaje emocional? Difícil saberlo, por no decir imposible. En la vista final, en la que estuvo presente Sureau, se decidió finalmente que no había necesidad de amparo. Las leyes dictaminaron en contra de Ibarrategui, este volvió y fue asesinado. Los periódicos franceses se hicieron eco de la noticia a los pocos días, aquellos periódicos que François Sureau leía cada mañana, aquellos periódicos que parecían señalarlo con el dedo índice acusatorio.

Este vibrante texto versa, por tanto, sobre la piedad, el sentimiento de justicia --si es que existe tal cosa--, el perdón. Es una obra que habla de la culpa y del caprichoso destino, pero... ¿lo que se narra es real o todo es pura invención? Sureau tiene la respuesta.

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