Huir de la realidad para buscar siempre la sorpresa (opinión)

En Magia a la luz de la luna, uno de los últimos filmes de Woody Allen, un renombrado mago, de afectada y agresiva racionalidad, intenta desenmascarar a una joven que dice tener poderes extrasensoriales. Allen lleva a cabo una especie de lucha entre el mundo de lo real y la magia, aquello que es lógico con lo místico. Colin Firth es el encarnado de interpretar a ese ilusionista pedante y sarcástico que no cree en lo irracional. Para él, todo es un truco, una artimaña, pura invención humana. No obstante, inmerso en su misión de revelar la mentira de esa embaucadora joven interpretada por Emma Stone, poco a poco se queda sin argumentos plausibles y, finalmente, cree en la posibilidad de que exista un más allá. Recordé esta película tras leer La muerte de mi hermano Abel (Sexto Piso), de Gregor von Rezzori
Existe un fragmento en esta extraordinaria obra en el que el autor alemán se pregunta quién desea la realidad. «¿Acaso no hacemos todo lo posible por huir de ella?», dice. Inventar es —asegura Rezzori— algo humano por excelencia. Esto es así porque ficcionar nuestro mundo, ese mundo que continuamente se muestra contrariado y hasta cierto punto caótico, resulta necesario si queremos vivir experiencias que nos permitan creer que no lo sabemos todo, que siempre hay lugar para la sorpresa. 
Hasta los fanáticos de lo empírico intentan, de vez en cuando, convertir su vida en algo imprevisible, único e inolvidable. Yo lo he intentado y créanme si les digo que merece la pena. 

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