Los hombres no pueden vivir sin moradas mágicas (reseña)

El ser humano tiende a creer que está solo en el mundo, que nadie puede llegar a comprenderle en su totalidad. Por esa razón buscamos el amor, esa idea etérea que ansiamos todos —o casi todos—. Y por esa misma razón, resulta extraordinario el hecho de encontrar a ese alguien que, de algún modo, piense como tú, cuyas palabras sean las tuyas también, su pensamiento... Casi sin querer, se crea una especie de complicidad imaginaria, pero que queda implícita y ya no te abandona, jamás. Es entonces cuando te invade una sensación que bien pudiera ser de felicidad plena, aunque, mucho me temo, tal cosa no existe, no en un mundo dominado por los mercados y el dinero, un mundo en el que la sociedad ha dejado de ser estrictamente humana para convertirse en una gélida masa sin sentimientos.

En Las riquezas verdaderas (Errata Naturae), Jean Giono ofrece un vigoroso discurso sobre aquellos males que nos aquejan: la codicia, la miseria, la indiferencia, la desidia... Dicho de otro modo, radiografía de forma sutil lo que ya puede considerarse una patología endémica, pues el ser humano ha sido —y es— presa de un sistema dominado por el dinero, ese dinero que Giono condena por ser la causa de la corrupción de nuestras almas egoístas. ¿Y cómo combatir esta "enfermedad" que corrompe el alma? El autor francés deja claro en esta especie de soliloquio que volver a la naturaleza y sus placeres es la clave para alcanzar una armonía que nos permita recuperar nuestra esencia. A través de estas páginas describe de forma casi poética la belleza de algunos parajes de la Provenza, donde se sorprende al comprobar que aun existen personas que hacen pan en sus casas, ¡y lo comparten sin pedir nada a cambio!

Mi interés por las reflexiones de Giono —al que cada día admiro más—, aumenta al mismo ritmo que aumenta su devoción por la vida tranquila, esa vida alejada de la barbarie de las ciudades —ejemplo claro de nuestro vacío existencial—. El escritor es consciente de que hemos sido esclavizados, de que vivimos en una sociedad que se priva de la naturaleza, que la desvirtúa e, incluso, ningunea. Y lo que pretende es avisarnos de nuestro error, un error que conlleva la soledad más absoluta e inútil. Mi tranquilidad es mi felicidad, y coincido plenamente con Giono cuando dice que «los hombres no pueden vivir sin moradas mágicas», ya se encuentren éstas en la Provenza, en Málaga o Tombuctú. 

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