Ese flujo atropellado de olvidos y recuerdos, la vida (opinión)

En el libro de relatos Los culpables (Almadía), de Juan Villoro, leo: «¿Qué designio cumplíamos cuando mezclamos nuestros alientos y creímos buscarnos en dos cuerpos?». El cronista y narrador mexicano versa sobre una relación fallida, claro. No es fácil confiar en alguien. Supone una acción muy íntima y arriesgada, pues ese vínculo invisible que se establece resulta demasiado frágil de quebrantar. Desnudarse ante el otro, despojarse de cualquier miedo o inseguridad, de cualquier prejuicio, es un acto de amor. Debe ser un acto de amor si estamos dispuestos a revelar nuestros secretos más hondos, nuestras debilidades. Por tal motivo, no existe mayor traidor que aquel que traiciona tu confianza: te deja expuesto, a merced de la duda. En ese preciso momento, entras en un estado constante de pánico o, lo que es más perjudicial, caes en brazos de la aflicción, la pena y la autocompasión. ¿Qué hice mal? ¿Hubo algo sincero en la relación? Como es lógico, pierdes la fe en la humanidad y te ocultas bajo tierra. Maldices en todos los idiomas del mundo, sientes vergüenza y repulsión, la vida te asquea, te ha decepcionado, te han decepcionado, y eso, dicen, se cura con el tiempo, ese tiempo que otro mexicano universal, Sergio Pitol, definía como «el flujo atropellado de olvidos y recuerdos». Y para superar esos males les diré que, además del ansiado tiempo, la escritura puede resultar una cura saludable, pues entiendo que uno adquiere poder sobre sí mismo a través de la palabra escrita. 

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