Seis historietas de personas sin suerte, desubicadas (reseña)

Dicen que hay personas que nacen con estrella y otras que nacen estrellados. Todo es, visto desde el prisma de aquellos que creen en la fortuna, fruto del azar. La vida, al parecer, no siempre sonríe a todo el mundo. Hay quienes sufren más reveses y reciben más bofetadas, sin una explicación racional —aunque, ¿qué es racional hoy día?—. Suelen ser personas de discurso pesimista que incluso culpan al resto de los mortales de sus desdichas. Nunca están conformes con su existencia y creen que les ha sido negado el privilegio de gozar una vida placentera, porque sí. No obstante, dentro de ese conglomerado de personas —que creo somos casi todos— son muchos los que intentan no caer en la desesperación, los que mantienen un pulso constante con su desgracia personal. En este grupo entrarían los que poseen un alto grado de inocencia o candidez, los crédulos que, aunque infelices, insisten en luchar para que su suerte cambie, si es que eso es posible. De ellos uno puede aprender muchas cosas positivas, su tenacidad, por ejemplo, o el hecho de no tener miedo al ridículo, o su sencillez.

Los personajes que uno se encuentra en las seis historietas de Intrusos (Sapristi), de Adrian Tomine, son seres desubicados, algunos de ellos derrotistas, solitarios. Son seres vulnerables que, en cierto modo, buscan escapar de su propia vida. Un jardinero que quiere convertirse en artista, una joven a la que confunden con una estrella del porno, una adolescente que aspira a labrarse un futuro como monologuista, una pareja de alcohólicos en busca de la redención, un hombre que se cuela en la que un día fue su casa... Y luego están la mujer de ese jardinero, frustrada por no saber cómo hacer que su marido se percate de lo absurdo de su "obra"; la verdadera estrella del porno, materialista y sin remilgo; el padre de la "humorista" en ciernes, que ve que carece de todo talento, etc. Como verán, Tomine no retrata a superhéroes en sus viñetas, no. El autor norteamericano prefiere centrarse en aquellas personas con las que uno puede identificarse, y fácilmente en ocasiones, lo cual deja cierta desazón en el lector, pues nunca se sabe si un día de estos el protagonista de esas escenas devastadoras —por su realismo, se entiende— sea uno mismo. Eso sí, el humor, aunque sea negro, que no falte, pues si de algo podemos estar convencidos es de que en esta vida de perros, reírse de todo es una opción. 

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