La historia de un primer amor, de un primer deseo (reseña)

Un buen número de los títulos que conforman la colección «El pasaje de los panoramas», de la editorial Errata Naturae, tienen en común su capacidad para evocar imágenes poéticas a través de un lenguaje sutil, delicado. El sello madrileño ha hecho de la poeticidad de estos textos que selecciona un rasgo distintivo, sabe qué autores pueden tocarnos la fibra sensible, y para ello cuenta con traductores que poseen esa misma sensibilidad a la hora de mimar cada una de las palabras que comprenden la obra. 

Aunque no es una novedad, Élisa, de Jacques Chauviré, merecía unas palabras por mi parte. Esta concisa pero exquisita obra narra un breve periodo en la infancia de un niño en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial. La vida del pequeño, huérfano de padre —caído en la contienda bélica—, se reduce a pasar los días junto a una madre sobreprotectora, una abuela estricta y un hermano algo mayor que él. Todo, a priori, es anodino, sin importancia, a pesar del llanto de la madre por el marido ausente. No obstante, ese mundo un tanto apático se revuelve por completo ante la llegada de una nueva sirviente, Élisa. Nuestro joven protagonista, Ivan, llamado de forma cariñosa por todos como Vanvan —¿o su nombre es Jacques?—, ve en Élisa a un ángel, se enamora de ella. Asistimos, pues, al testimonio de un primer amor. Ivan solo tendrá ojos para la bella sirviente, querrá compartir con ella cada minuto de su vida, querrá tocarla, acariciarla, querrá que sea suya y de nadie más. Ese amor teóricamente infantil se vuelve en cierto modo celoso, pero sincero, luminoso, titubeante, ese amor que nos ciega y envuelve en un estado de embriaguez único.

Chauviré escribe con una prosa elegante este relato que es el relato de un deseo, de una mirada inocente sobre la belleza y la ferviente pasión, aunque también narra la vejez y el olvido, la pérdida. El texto, ni qué decir tiene, es sublime, su lenguaje resulta primoroso, fino. Es, como me dijo alguien una vez, tremendamente poético —¡gran verdad!—. De nuevo, Errata Naturae consigue que ese listado de autores de extraordinaria ternura y delicadeza aumente, como he podido comprobar a través de las emotivas obras de escritores como Marc Bernard, Maria van Rysselberghe o Charles Bertin, por citar solo algunos. 

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