¿Un periodista honrado es posible? o la extraña reseña de la película de David Caffrey 'Divorcing Jack'

Estamos acostumbrados, por la gracia o culpa del mundo del celuloide, a pensar que el periodista es honrado, fiel a sus principios y amante de la verdad. Esa figura, que no porta sombrero ni tirantes ni un lápiz tras la oreja, tiene un poder inmenso aunque, a día de hoy, no lo tengamos muy en cuenta. El periodista goza de la posibilidad de acercar a la sociedad aquellos acontecimientos que se suceden, día tras día, allá donde viven. Es más, logran crear una opinión pública sobre los mismos y pueden contrarrestar los discursos hegemónicos de nuestros mandatarios --¡que no es moco de pavo!--. Asimismo, crean cultura y, por ende, un espíritu crítico. Sin embargo, esas virtudes se han ido desvaneciendo poco a poco.
El aura de libertador moral se ha esfumado junto a las ganas de aportar una verdadera reflexión. ¿Y todo por qué? Como ya predecían muchos, business is business. Todo queda reducido al puro, asqueroso y, odio decirlo, necesario negocio. Para que un periódico funcione correctamente, esto es, con total libertad de expresión y completamente alejado de los tentáculos “politiqueros” hace falta dinero. Para conseguir ese dinero es necesaria la publicidad (sea esta encubierta o no). Es una lástima. Digo esto porque, como no podía ser de otro modo, al final todo se reduce al euro (o al dólar si se prefiere, o la moneda que sea).
Los medios de comunicación venden su alma y no se dan cuenta del daño que eso produce en la sociedad, que lee noticias interesadas todos los santos días. ¿Puede revertirse esta situación? Lo veo complicado, por no decir, simplemente, que estamos ante una utopía auténtica. No obstante, y esto es lo interesante, siempre existen algunos periodistas inconformistas. Llamémosles outsiders, ilusos, creyentes, personas con fuertes convicciones… Son pocos, pero existen. Normalmente se les tilda de locos descerebrados que nunca llegarán a buen puerto con sus opiniones. Dicen de ellos, también, que sus crónicas o editoriales son meros chistes. Al parecer, todos aquellos que los denigran no entienden la sátira, ese arte intelectual tan elevado y que tanto admiro. ¿Preguntar es ofender? Si es así, que las mismas personas que atacan a esos pocos iluminados tengan en mente esto que escribo.
El mundo no está bien y, por ende, la sociedad. Partiendo de la inmensa cantidad de corruptelas que tenemos que aguantar --y de las que nadie parece enterarse--, la cúpula política dice y desdice a su antojo. Un error, a mi entender. Y es que si estos altos cargos se llegan a creer, como se creen, que son impunes ante la ley y la población, estamos perdidos. El poder corrompe, o eso nos dijeron. Por esa misma razón, cuando leemos algún artículo atrevido que hace visible todo este embrollo, siento que no todo está abocado al terror. Decir la verdad, hoy, está muy caro. Pero no debemos olvidarnos de esa verdad que, a la postre, nos guía y reconforta, que nos permite evolucionar.
Esta misma semana vi la película de David Caffrey Divorcing Jack. Un retrato cínico y amoral del gran problema norirlandés con el IRA. El cineasta irlandés, y cuyo primer largometraje fue este, se basó en la novela homónima de Colin Bateman, que tuvo un fuerte impacto unos años antes. Caffrey nos narra una historia sobre una Irlanda del Norte en paz. El protagonista es Dan Starkey (interpretado por David Thewlis), un joven y polémico periodista que, desde su columna, critica con dureza al candidato a primer ministro norirlandés Michael Brinn. Aficionado a la bebida, un día Dan se acuesta con Margaret, hija de un asesor de Brinn, quien tiene por ex-novio a un famoso terrorista del IRA. Tras un segundo encuentro furtivo, Starkey sale de casa de Margaret para comprar algo de pizza y al volver, se encuentra a la joven agonizando tras ser brutalmente atacada por alguien desconocido. Starkey se verá inmerso en una persecución por parte de la policía (que le consideran el autor del asesinato), miembros del IRA y paramilitares protestantes. En su empeño por descubrir la verdad, el espigado periodista hará lo imposible por salir airoso de esta agónica situación. Al desarrollarse el filme nos damos cuenta de que todos sus perseguidores le buscan por un motivo: una cinta de audio que Margaret le dio al conocerlo. En esa cinta hay una grabación del futuro primer ministro Michael Brinn confesando que, años atrás, y como integrante del IRA, hizo estallar una bomba en la que murieron 13 policías. Aquí vemos cómo un hombre poderoso, capaz de ocultar su pasado y hacerse el héroe en busca de la paz, planifica todo para deshacerse de una prueba que le costaría su vida política. A modo de thriller cómico, Caffrey me sorprendió por una sencilla razón: retratar a un periodista que siempre se caracterizó por decir aquello que pensaba sin ser marioneta de nadie. Al final, y pese a que en algunos momentos tememos lo peor, el bueno de Starkey supera todas las dificultades. La escena final muestra al periodista saliendo del hospital –al pobre le apalean varias veces--, donde le esperan funcionarios del Gobierno Británico y le ruegan que, por favor, no cuente lo sucedido por el bien de todos. Él, engrandecido y furioso, les contesta: “¡Que os jodan!” Era evidente que no podía ocultar un caso tan agravante de corrupción y asesinato. Era fiel a sus convicciones y debía contar la verdad. Algo que todos deberíamos aprender. Así pues, que se jodan todos los que no crean en el poder de la verdad y quieran ocutarla.

'Periodismo comprometido', ilustración de Martin Tognola

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