Literatura dramática, frágil y desolada (reseña literaria)

Mientras leía un artículo escrito por Cees Nooteboom, eterno candidato al premio Nobel de literatura, se dibujó una ligera sonrisa cómplice en mi rostro. El autor neerlandés escribía que "en ninguna parte se lee mejor que en las habitaciones de hotel". Adivinarán que la sonrisa vino provocada porque me identifiqué por completo con tal afirmación. En un suspiro vinieron a mí imágenes o recuerdos de lecturas que llevé a cabo en dormitorios y estancias, algunas confortables, otras no tanto. 
Leche (Libros del lince), de Marina Perezagua, lo descifré y analicé en mi memoria durante una breve estancia en uno de esos hoteles situados junto a plazas de gran movimiento nocturno y alboroto. Quizá el jolgorio de la calle fuera la causa de mi reclusión en esta lectura que, ya lo adelanto, no resulta fácil de digerir en ocasiones.
Este libro de relatos confirma lo que muchos supieron desde el primer instante en que leyeron a Perezagua, que estamos ante una autora notable, sólida, de poderosas imágenes, una escritora que no olvidarás. En Leche encontramos textos brutales, algunos rozan la obscenidad y otros te sumen en un desconcierto absoluto. La sevillana logra que te estremezcas, narra con crudeza la tragedia de las vidas de algunas de las supervivientes de Hiroshima, de una mujer cuyo marido es prácticamente un vegetal, de una chica que siente la necesidad de asistir a su propio funeral, de la relación truncada entre un padre y su hija, de minotauros y camioneros que no recuerdan a dónde van... Como decía, hay momentos en los que sientes repulsión, no por la belleza de su prosa, eso es evidente, sino por esa realidad que describe, una realidad que transgrede, una realidad donde el ser humano se confunde con los monstruos. 
Marina Perezagua ofrece una literatura dramática, que te desconcierta, pero de una imaginación extraordinaria, de una capacidad de reflexión sumamente necesaria en los tiempos que corren, donde esos monstruos que atentan contra la esperanza proliferan. Lo bello y lo grotesco se unen en este conjunto de narraciones que resultan abrumadoras y que dejan pasajes o fragmentos maravillosos como este: "Yo te digo hola. El saludo mínimo que le dirijo a cualquiera. Pero tras una comunicación interrumpida durante tantos años, es como si este «hola» adquiriera otro significado, ¿no crees? El valor de un primer paso. Un «hola» que a mi pesar, puede delatar un «te quiero»". 

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