Octavio Paz. Un poeta al descubierto, un confidente

Alguien que me permite huir de los lugares comunes, de mi rutina, me instó hace un tiempo: "Tú me tendrías que decir qué es la literatura". Le contesté: "Algo que inventamos para sentirnos menos solos". En realidad, escribir de poco sirve (frivolizo, claro). No es esta la primera ocasión, ni la última, en la que intente explicar para qué sirve todo esto de narrar un hecho, tratar de explicarlo, imaginarlo. Escribimos porque eso nos otorga un poder superlativo. Escribimos para conocer nuestros pecados y reconocer nuestras virtudes. Escribimos, también, para hacer posible lo imposible, para inmortalizar nuestra existencia. Queremos dejar una prueba de vida, un rastro o testimonio que justifique cada minuto, cada hora. Tememos al vacío. Yo, al menos, le temo.
Abundan los casos de escritores que intentan conferir un sentido a todo este desvarío. Muchos se preguntan si realmente vale la pena. Dudan, o llegan a afirmar incluso, que el mundo seguiría su curso sin inmutarse ante su no existencia. Y es verdad. Ninguno de nosotros, escritores o no, sirve para mucho en esta vida. Nuestra única misión, en el sentido más primitivo y físico que existe, es continuar la especie, procrear. Sin embargo, en lugar de hacerlo de un modo inocente, natural diríamos, solemos destruir o manipular nuestro entorno. Presumimos de ser entes complejos, racionales. Yo me rio, a carcajadas.
Todo esto no es más que charlatanería, perdónenme. Ser medio escribiente es, también, ser medio charlatán de verbena, o algo así decía Eloy Tizón en sus Técnicas de iluminación (Páginas de Espuma). Aun con todo, y a pesar de la cháchara, sigo preocupado, obsesionado de algún modo. ¿Para qué escribir? ¿Por qué? ¿Para quién? ¿Cuándo uno decide dedicarse a la escritura? Esas cuestiones, esas dudas, han sido y son objeto de innumerables novelas y ensayos. Literatura dentro de la literatura, literatura que intenta explicarse a sí misma. Diríase, por tanto, que existe una lucha interna, una lucha que el mexicano Octavio Paz supo definir de forma magistral a mi entender al versar sobre sus Trabajos forzados. Este texto aparece en la primera sección de su obra ¿Águila o sol?. Son, como él mismo dice, “textos breves en los que traté de mezclar, como se mezclan sustancias explosivas, el humor, las visiones nocturnas y lo grotesco cotidiano”. Y añade acto seguido que esos Trabajos forzados son “trabajos del poeta con las palabras, contra las palabras, y también contra sí mismo y contra sus espectros”.
Poeta, escritor, ensayista, diplomático. Octavio Paz es uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Pocos dudan eso a estas alturas. Y si lo hacen, prefieren ocultar su recelo. Conocer su obra a través de la lectura es algo sorprendente. Descubrir a un autor, descubrir su palabra y que ésta te inspire o agudice tus sentidos, eso es algo difícil de explicar; un episodio mágico. Y conocer la obra de un autor, de Paz en este caso, a través de su propia lectura es una vuelta de tuerca, un magnífico ejemplo de que todo puede sorprenderte, ahora y siempre.
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Doy gracias --debo-- a Ediciones Atalanta por haber publicado Itinerario poético. Aquí uno puede leer seis conferencias inéditas en las que el autor mexicano recorre toda su poesía y las diferentes épocas de su poética, del surrealismo al existencialismo, el neomodernismo... Estas ponencias --Alberto Ruy Sánchez se refiere a ellas en el prólogo como lectura de poemas comentados-- fueron pronunciadas en el Colegio Nacional de México en marzo de 1975, mucho antes de recibir el Premio Cervantes (1981) y el Nobel de Literatura (1990). En ellas, estamos ante el propio Octavio Paz, ante su voz y su pensamiento, su memoria.
Imagino que todos, en un momento dado, necesitamos volver la mirada hacia atrás, fijarnos en el pasado para comprender o justificar nuestros modos de ver y oír, de actuar, de olvidar. Es este un ejercicio de introspección, ese conocerse a uno mismo mediante la pausada reflexión y el análisis. A veces nos gusta lo que acabamos encontrando, en otras sentimos vergüenza. El caso de Octavio Paz no es ajeno; además de escritor, era un ser humano. De ahí que consideremos estas pláticas como pequeñas confidencias, un desnudarse ante el otro --el autor admite estar decepcionado con uno de sus primeros libros, Raíz del hombre, por ejemplo--.
Octavio Paz habla del poema como necesidad --psicológica o espiritual--. Confiesa, sin pudor, que "escribo porque no tengo más remedio". Eso quizá sea una fatalidad o una bendición. Muchas son las personas que necesitan de la palabra, a pesar de la tiranía del lenguaje, del concepto. Paz era una de esas personas hasta el punto de preferir "escribir a reventar". En este sentido, la ficción resulta inevitable.
Aun cuando creemos contar la realidad, narrar unos hechos fehacientes, la objetividad es inalcanzable. Toda acción se interpreta, se moldea, se falsea. Para mí es este, y no otro, el gran poder de la literatura: hacer propio lo ajeno, crearlo, refutarlo incluso. “Las mentiras del poeta son las verdades. Y lo otro, lo de todos los días, que son verdades, es mentira”, argumentaba Octavio Paz en el Colegio Nacional de México ese año de 1975. Es entonces cuando nos percatamos de la brillantez de la literatura, esa capacidad por hacernos ver lo que no existe o callar lo que realmente uno quiere decir. Todo y nada es lo que parece, ese es el juego, la gracia. "Nace el día pero nace sobre la página". Sugerente, evocador, expresivo. Octavio Paz al descubierto. 

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