Un homenaje erudito al libro y la literatura (reseña literaria)

Ser abiertamente un confeso y devoto bibliófilo me ha llevado a desarrollar un sexto sentido para detectar aquellos autores que han hecho de la defensa a ultranza del libro su razón de ser. El caso de Alberto Manguel es un claro ejemplo. Todo cuanto diga o deje de decir me parece pertinente, le considero una especie de guía espiritual libresco, un gurú. Su vocación por y para la literatura es digna de elogio. 
La escritora alemana de origen hebreo Lea Goldberg decía que su eterna desgracia era que los libros le servían de gafas. En otras palabras, a través de ellos veía el mundo. A pesar de que el tono de su afirmación resulte un tanto quejumbroso, nada más lejos. Goldberg, como Manguel, necesitaba de la literatura. Y es que el escritor, traductor, crítico y editor argentino, es consciente, como bien escribe en Para cada tiempo hay un libro (Sexto Piso), que "somos criaturas de palabra, nacemos con el don de la palabra, vivimos a través de la palabra, conocemos y damos a conocer nuestra experiencia con la palabra, y sólo cuando morimos perdemos la palabra". 
Como decía, todo discurso que pronuncie  Manguel en pro del libro, de la palabra y la literatura, me interesa. Y en este pequeño libro uno puede encontrar doce textitos que bien podrían ser como anécdotas, episodios en los que este amante de la letra y el papel intenta explicarnos la importancia del libro, de la necesidad de las bibliotecas. 
Manguel relata, con su particular savoir-faire, pasajes en los cuales uno es testigo del milagroso poder de la literatura. No olvidemos que gracias a ella, la mayoría de las civilizaciones han sabido transmitir su sapiencia, provocando un enriquecimiento intelectual del que durante siglos nos hemos ido alimentando --algunos con gracia, otros no tanto--. El argentino habla del Eclesiastés, de Oscar Wilde o Alejandro Magno, de San Isidoro, del Papa Gregorio XIII, de Nabokov y Alcibíades... Existen pocas personas a las que pueda llamar erudito sin pensarlo dos veces y diría que Alberto Manguel es una de esas mentes pensantes.
Y, por si fuera poco, los textitos de esta muestra de amor total y absoluto hacia el mundo de lo literario se complementan con una serie de fotografías de Álvaro Alejandro. Las imágenes que se incluyen, auténticos juegos visuales, resultan sugestivas, originales, otra demostración del vasto campo creativo que se mueve en torno al libro. Esta unión Manguel-Alejandro, Alejandro-Manguel hacen de este libro un pequeño objeto demasiado atractivo para aquellos que, como yo, dicen ser bibliófilos. 

Comentarios

Me ha puesto los dientes largos.
Eric GC ha dicho que…
¡Quite, quite!

Entradas populares