El sobrio relato de un pequeño pueblo estadounidense (reseña)

Hay obras y autores que siempre aparecen en esos listados de recomendaciones de personas de cuyo criterio te fías al cien por cien, ya sean expertos críticos en literatura o no. En este sentido, reconozco que el nombre de Sherwood Anderson siempre deambulaba de acá para allá. No pocas veces me insistieron en que debía leerlo, me decían que si yo era un apasionado de la obra de ilustres como John Steinbeck, William Faulkner, Ernest Hemingway o un tal Thomas Wolfe —por el que siento debilidad—, era necesario leer al escritor nacido en Camden, Ohio. Como no podía ser de otro modo, ese día llegó. 

Mi primera incursión al universo literario de Sherwood Anderson se produjo con la que está considerada su gran obra, Winesburg, Ohio. Existen muchas ediciones de este título que ofrece uno de los retratos más fieles de la sociedad norteamericana de principios del siglo XX. Recuerdo, por ejemplo, que Acantilado publicó esta obra con traducción de Miguel Temprano García. No obstante, y por circunstancias que no sabría muy bien explicar, me decanté por la edición del sello argentino Eterna Cadencia, con traducción de Natalia Moret, revisión de Matías Battistón y prólogo de Luis Chitarroni. Ni qué decir tiene que las veintidós historias que comprenden esta obra —una de las influencias más importantes para Faulkner, como él mismo declaró— captaron toda mi atención gracias a su modo de narrar la cotidianidad de los habitantes de ese pequeño pueblo de Ohio, si bien reconozco que mi interés recayó principalmente en el personaje de ese joven reportero de nombre George Willard que siempre está buscando una buena historia que contar y que, casi siempre, se lleva alguna decepción, lo cual viene a decirnos que esa imagen bucólica del periodista no es más que eso, una ensoñación. 

Algunos de los fragmentos de esta obra son tan penetrantes que el hecho de que la jovencísima editorial Palabrero Press —con sede en los Países Bajos— nos ofrezca ahora la posibilidad de volver a adentrarnos en las historias de Anderson merece toda nuestra atención, más si la publicación que nos ofrece es bilingüe. El único pero que le pondría a esta edición que ha traducido, y muy bien, Anna García, es que sea una selección, pues aunque no todos los textos tengan la misma fuerza sí creo que interesante que la obra permanezca "intacta".

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